¡Hola a todos!
No cabe duda de que el pasado 8 de marzo fue un día en el que se hizo Historia. Aquel día, miles de mujeres dejaron de lado sus trabajos tanto dentro como fuera de casa para salir a la calle todas juntas y lanzar un grito para llamar a la igualdad entre hombres y mujeres. Cuesta creer que algo tan básico como la igualdad de derechos para ambos sexos siga siendo a día de hoy tema de discusión o que incluso se ponga en duda, y considero que en ese sentido la huelga feminista del 8 de marzo fue muy positiva. La marea violeta se hizo ver en todo el mundo y dejó claro que las cosas van a cambiar a partir de ahora, que la revolución se llevará a cabo y que seremos las mujeres las artífices de esa proeza.
A pesar de lo que muchos piensan, el movimiento feminista no está compuesto por un grupo de mujeres histéricas que, dejándose llevar por sus hormonas, se están dedicando a montar alborotos innecesarios para destruir un sistema que el machismo lleva cimentando y fortaleciendo desde el principio de los tiempos. Cierto que el feminismo busca tumbar el machismo, pero lo hace a través de la vía pacífica y siempre buscando la igualdad, cosa que el machismo no hace.
Por alguna razón carente de toda lógica, siempre se ha considerado que el sexo femenino era inferior en todo al masculino, y esta creencia ha arraigado tanto en nuestra sociedad que nuestra educación e idiosincrasia han llegado a hacernos creer que se trata de una certeza incuestionable. Pero esto no es así y, por fortuna, no fueron pocas las mujeres que pusieron en tela de juicio estas premisas marcadas por los hombres. Pues ¿por qué debería ser menos inteligente una mujer que un hombre? ¿Por qué no pueden hombres y mujeres ejercer los mismos trabajos, ya sea dentro como fuera de casa? ¿Por qué no podían las mujeres tener derecho a votar, a tener mayoría de edad, a ser independientes económicamente o a decidir si querían o no tener hijos?
Poco a poco, el sistema empezó a ser cuestionado por los que supuestamente eran los seres más débiles de la sociedad. Las mujeres se dieron cuenta de que no habían nacido para ser objetos decorativos para colocar al lado de un hombre, ni criadas sometidas a cada uno de sus deseos. Comprendieron, a base de vivir injusticias constantemente, de que valían tanto como cualquier hombre y, por lo tanto, debían ser consideradas iguales a ellos en todos los aspectos de la vida. Iguales en derechos, en obligaciones, en educación, en la familia y ante la ley. Y fue así como gracias a estas pioneras surgió el feminismo, un movimiento que nació para exigir la igualdad de derechos para hombres y mujeres.
El feminismo no empezó siguiendo unas pautas y se quedó estancado en ellas, sino que, como todo en esta vida, evolucionó para adaptarse a los nuevos tiempos y a las demandas que las mujeres pedían para ser plenamente iguales a los hombres en derechos y en deberes ante la ley y la sociedad. Existen varios movimientos feministas, pero hoy en día se tiende a dividir la evolución del feminismo en tres olas distintas que se han dado a lo largo de la Historia. Voy a explicaros un poco en qué consistían y cuáles eran sus principales reivindicaciones.
La primera ola del feminismo tiene sus orígenes en el Renacimiento, y sus premisas básicas se pueden encontrar en libros como La Ciudad de las Damas de Christine de Pizan; La Igualdad de los Sexos, de François Poullain de la Barre; y La Mujer Honesta, de Jacques du Bosc. En esta primera ola del feminismo lo que se demandaba era la incorporación de la mujer al ámbito académico, cuyo acceso le estaba prácticamente vedado. Fue tal el ímpetu que tuvieron estas pioneras que su influencia tuvo eco en las revoluciones burguesas liberales del siglo XVIII, sobre todo en Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Básicamente, las dos grandes demandas de esta primera ola son la igualdad ante la ley y el acceso de la mujer a la ciudadanía.
La segunda ola del feminismo tiene lugar el siglo XIX y surge a raíz de las teorías sociales, económicas y políticas del marxismo. Será, sin embargo, la obra de Engels la que servirá de base sobre la que se fundamente esta segunda ola feminista, concretamente el libro El origen del estado, la familia y la propiedad privada, publicado en 1884. Esta obra puede resumirse con la frase “En la familia, el hombre es el burgués y la mujer el proletariado”. Lo que Engels pretendía era tender un puente entre la lucha de clases y la lucha de sexos, y declaraba que la mujer tenía que subordinarse a la lucha del obrero para poder liberarse de las cadenas del patriarcado. Esta segunda ola del feminismo terminó siendo un absoluto fracaso, ya que sus postulados no se aplicaron. Baste recordar el sistema político que se implantó en la desaparecida Unión Soviética, en el que la mujer, lejos de gozar de más libertades y derechos, se vio incluso más sometida que antes a los parámetros machistas.
Y llegamos a la tercera ola del feminismo, cuyo origen se puede situar en el año 1949 tras la publicación del ensayo El segundo sexo, de la escritora Simone de Beauvoir. Es muy famosa la frase de esta autora que reza “No se nace mujer, se llega a serlo” que, en mi opinión, resume muy bien esta nueva ola feminista y le da al movimiento una mayor visibilidad. Es ahora cuando se empiezan a elaborar los fundamentos filosóficos de la ideología de género, en la que la sexualidad se ve desarraigada de su realidad natural y pasa a ser presentada como un constructo cultural. Poco a poco se va observando una radicalización en sus premisas; la mujer deja de ser igual al hombre y se convierte en un ser superior a él. Es ahora cuando empezamos a hablar del hembrismo.
El hembrismo (mal llamado también feminazismo), al contrario de lo que muchas personas sostienen, no va parejo al feminismo, sino que lo sobrepasa, va más allá y se centra en buscar motivos por los que odiar y despreciar a los hombres. Supuestamente denuncia el machismo pero lo curioso es que se basa en la misma ideología y consideración de que un sexo es superior al otro por poseer determinadas características. No predica la igualdad de derechos y obligaciones, sino que culpa, tiraniza y ataca al hombre por el simple hecho de ser hombre, impidiéndole defenderse y llegando a condenarle de antemano.
El radicalismo exacerbado de las hembristas ha llevado a que se establezca una dictadura de lo políticamente correcto, en la que cada detalle debe ser cuidadosamente analizado para buscar indicios de machismo, heteropatriarcado, estigmatización social y otros conceptos que oiremos varias veces en el discurso hembrista. En el artículo de hoy voy a hacer un firme alegato en favor del feminismo y a desgranar algunas de las principales diferencias que hay entre las feministas y las hembristas.
Mujeres sí, hombres no
Mientras que el movimiento feminista defiende la inclusión de hombres y mujeres para establecer la igualdad real entre ambos sexos, el movimiento hembrista hace todo lo contrario y opta por apartar a los hombres de sus reivindicaciones, en ocasiones denigrando al sexo masculino. Esto choca con la discriminación con la que, se supone, quieren acabar. Ejemplos de esta violencia ejercida contra los hombres los podemos encontrar en slogans y consignas muy conocidas como "Muerte al macho", “Machete al machote” y “Ante la duda, tú la viuda”, pero también es posible encontrar frases horribles y denigrantes en la filosofía de género, que supuestamente es más seria. Sirvan como ejemplos las palabras de Andrea Dworkin, quien dijo que todo coito heterosexual supone la violación de un hombre sobre una mujer; también está Sheila Jeffreys, a quien le gustaba opinar que cada vez que una mujer experimenta un orgasmo al estar con un hombre, lo que en realidad está haciendo es reproducir el sistema del patriarcado; y por supuesto no podía faltar la famosa Valerie Solanas, creadora del manifiesto SCUM, quien llegó a afirmar que tratar al hombre de animal es halagarlo, ya que el hombre no es más que un consolador andante.
Derechos sobre el cuerpo
Uno de los puntos que siempre ha defendido el feminismo ya desde sus inicios ha sido el de permitir a la mujer tener derecho sobre su propio cuerpo, algo muy legítimo si tenemos en cuenta que durante cientos de años fue el hombre el que dispuso de la mujer de manera indiscutible. Entre otras cosas, el feminismo pedía que se le concediera a la mujer el derecho a abortar libremente, algo que el movimiento hembrista también comparte.
Sin embargo, hay una pequeña diferencia entre las simpatizantes de uno y otro grupo. Al oír hablar a las hembristas, uno casi podría pensar que están supercontentas y deseosas de ir a una clínica para abortar, como si fuera tan normal como irse con unas amigas a tomar un café. No faltan tampoco consignas tan sonoras como “Aborto es sagrado”, repetida infinidad de veces por las simpatizantes del grupo FEMEN. En cambio, las feministas consideran que el aborto debería ser libre y con las máximas garantías sanitarias, pero a la vez lo ven como un drama para la mujer, pues entienden que la interrupción del embarazo es un acto que una mujer solo llevaría a cabo en caso de que no le quedara otro remedio.
Existe una frase muy conocida que resume a la perfección este apartado, que es la famosa “En mi coño mando yo”, sentencia muy respetable pero que, curiosamente, no se aplica a otros aspectos como la prostitución autogestionada o la gestación subrogada. Es decir, que una hembrista defenderá a muerte a una mujer si quiere abortar estando en el quinto mes de embarazo pero la considerará una mujer de segunda si, ejerciendo su derecho a buscarse la vida como mejor le parezca, decide trabajar como prostituta para ganarse las lentejas.
Mujer y religión
Con la Iglesia hemos topado. El hembrismo ha iniciado una cruzada para borrar de la faz de la tierra todo lo que huela a heteropatriarcado, y todos sabemos que no hay nada más heteropatriarcal que las religiones. Aunque la gran mayoría de las religiones son, en esencia, bastante machistas, las hembristas parecen tenerle una especial ojeriza a la Iglesia católica. Una vez más, encontramos aquí una doble vara de medir, ya que el hembrismo no va a ser ni la mitad de duro con el Islam. La fe islámica es una religión tan respetable como todas las demás, pero es innegable que sus preceptos y bases ideológicas son machistas, ya que siempre ponen al varón en un puesto de supremacía sobre la mujer. Sin embargo, nunca veremos a las chicas de FEMEN irrumpir un viernes en una mezquita, desnudas de la cintura para arriba y con flores en el pelo, para ponerle las tetas en la cara a un imán y llamarle machista opresor, cosa que sí han hecho repetidas veces en iglesias y capillas católicas.
Como veis, la cosa cojea por algún lado, ya que no se trata igual a todas las religiones. Es probable que esto se deba a que el movimiento hembrista está muy vinculado a la ideología de ciertos partidos políticos de la extrema izquierda que son muy benévolos con el Islam pero a la vez son muy críticos con el Cristianismo, lo que pone en entredicho su idea de lo que es el respeto hacia las creencias de cada persona. Posiblemente esto sea así porque saben que la Iglesia, haciendo honor a su máxima de poner la otra mejilla, traga con todo y no responde a sus provocaciones, algo que no ocurre cuando se le toca los cojones al Islam. Nunca veremos a las hembristas pidiendo la erradicación del burka, el cual consideran que las mujeres afganas llevan porque quieren, cuando realmente es una imposición del marido a la esposa, ya que el burka no tiene las mismas connotaciones religiosas que el velo, prenda que solo cubre la cabeza pero deja al descubierto el rostro de la mujer.
Capitalismo heteropatriarcal (?)
El feminismo, como ideología y como movimiento político, ha sido un producto de la filosofía liberal que surgió a raíz de la instauración del sistema capitalista. Aunque las “revoluciones burguesas” ayudaron a que las demandas de las mujeres tomaran forma y se organizaran políticamente, la aparición de Marx y Engels vino a cambiarlo todo cuando éste último subordinó la lucha femenina a los intereses de la lucha de clases, haciendo que izquierda y feminismo se unieran contra el capitalismo, y cuyos argumentos han llegado hasta nuestros días. Basta con echar un vistazo a los principales grupos feministas para comprobar que en todos ellos se repite hasta la saciedad el discurso de que el capitalismo es la causa de la opresión de la mujer. ¿Por qué dicen esto?
El capitalismo es un sistema económico que se sustenta en dos pilares: la centralidad de la propiedad privada y la libertad económica. La institución del contrato se vuelve más necesaria que en épocas anteriores, y el mundo empezará a moverse siguiendo la ley de la oferta y la demanda. Con el asentamiento de estas premisas, la mujer fue encontrando mayores espacios en la vida pública, puesto que el mercado no hace distinción de sexos, razas, etnias o religiones. Si una empresa decidiera no contratar a mujeres bien preparadas y pagar en exceso a hombres no cualificados para el puesto, no tardaría mucho en irse a pique. Existe, eso sí, el problema de la discriminación salarial por sexo, que a día de hoy es ilegal en España y está considerada como infracción muy grave.
Sin embargo, culpar al capitalismo de este hecho me parece un absurdo, puesto que gracias al capitalismo se hicieron grandes avances en la tecnología aplicada al ámbito laboral. La creación de maquinaria cada vez más sofisticada ha hecho que la maña supere a la fuerza bruta, además de crear nuevos puestos de trabajo que las mujeres podían desempeñar perfectamente. El mercado también pensó en las mujeres al dar pie a la producción de todo tipo de artículos para facilitarles la vida cotidiana. Así que, en mi opinión, si lo que el feminismo quiere abolir es la brecha salarial, tiene que atacar directamente a ese problema, no a todo el sistema capitalista. A pesar de las innumerables virtudes que, según Marx y Engels, tenía el sistema socialista cuyas teorías elaboraron, en la práctica se demostró que los derechos de la clase obrera iban mermando cada vez más y que ni siquiera las mujeres gozaron de una mayor libertad.
Todos alienados
Como toda ideología extremista, el hembrismo tiende a llevar a cabo una separación ideológica entre los miembros del grupo y el enemigo a abatir. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando es una mujer la que, en pleno ejercicio de sus facultades, manifiesta que no piensa igual que ellas? Pues que pasa a ser una alienada que ha sido abducida por el malvado heteropatriarcado. Para una hembrista, una mujer en su sano juicio no decide ser ama de casa y dedicarse al cuidado de una familia, por mucho que la propia mujer diga que ésa ha sido su elección. Se la intentará convencer de que su forma de pensar es arcaica, denigrante para la mujer e incluso dañina para la lucha del feminismo. Cuando vean que no la pueden convencer de lo contrario, pasará a ser considerada una especie de apestada, una defensora del neomachismo heteropatriarcal que nada tiene que ver con sus ideales de liberación femenina.
Defensa para casi todas
Aunque el movimiento hembrista dice incluir a todas las mujeres en la defensa de sus reivindicaciones, hay casos en los que se puede ver que esto no sucede así en absoluto, puesto que no se actuará de la misma manera para defender a una mujer de una ideología opuesta a la del grupo. Ejemplos de esto los podemos ver en Twitter casi a diario, como fue el caso del ataque machista que sufrió la política de C’s Inés Arrimadas por parte del trabajador de TV3 Toni Albà, quien no se recató en llamarla “puta” de manera pública. Aunque estamos acostumbrados a ver que las redes sociales arden por todo, es curioso que ningún colectivo hembrista saliera en defensa de Inés Arrimadas. Es posible que su condición de política de ideología de derechas no la haya hecho merecedora de recibir el apoyo de este supuesto movimiento feminista, como tampoco lo recibió la presentadora Mariló Montero cuando el líder de Podemos, Pablo Iglesias, gran adalid del feminismo y supuestamente defensor de la mujer, declaró en un chat privado que le encantaría azotarla hasta hacerla sangrar.
Violencia de género
Este es el punto que mayor controversia provoca a día de hoy, ya que se trata de un tema muy sensible con el que no se puede andar con medias tintas. El movimiento feminista condena todo tipo de violencia, tanto si la ejerce un hombre como si la ejerce una mujer. Se habla de violencia de género o violencia machista, pero el término más adecuado es, bajo mi punto de vista, violencia. Y el feminismo no tolera la violencia de ningún tipo. En cambio, las hembristas solo condenan la violencia que se ejerce por parte del hombre a la mujer, e incluso justifican que la mujer ejerza violencia sobre el hombre. Al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene pegarle a un hombre, si por definición todos son machirulos y opresores?
En mi país, España, existe la famosa Ley de Violencia de Género que, aunque fue creada para evitar el maltrato y el asesinato de mujeres a manos de sus parejas, solo ha contribuido a crear más desigualdad ante la Ley y a colocar a las mujeres en un puesto de preferencia sobre el hombre. A día de hoy, y ante un mismo caso de violencia en el seno de la pareja, se juzgará con más severidad a un hombre que a una mujer. Un hombre que pega a una mujer comete un delito, pero si lo hace una mujer es una falta. Si una mujer denuncia a un hombre por maltrato, la Policía se personará en la casa para proceder a arrestar al hombre; en cambio, si es el hombre el que acusa de maltrato a la mujer, se seguirían los procedimientos habituales con la correspondiente citación judicial. Si esto sigue así, se llegará al punto en el que la presunción de inocencia quedará erradicada y un hombre acusado de maltrato será culpable hasta que se demuestre lo contrario. El estado de derecho a tomar viento, señores.
Micromachismos y lenguaje inclusivo
Gilipollez supina donde las haya y que mueve tanto a risa como a enfado. Bien es cierto que existen ciertos comportamientos cotidianos que pueden considerarse propios del machismo, como el hecho de que, habiendo en casa un hombre y una mujer, deba ser siempre la mujer la que se ocupe de llevar a cabo las tareas del hogar, o que corresponda a ésta sin discusión la tarea de encargarse del cuidado de los niños o de personas mayores aun habiendo otros parientes más cercanos que podrían hacerse cargo de tales menesteres. Estos reductos del machismo se ven ahora con mayor claridad de lo que se veían hace veinte años, y supone un gran avance que se saquen a relucir y se pida justicia al respecto.
Sin embargo, también hay que matizar que otros de los llamados micromachismos son completamente absurdos, aunque a las hembristas no se lo parece. Para ellas, que un hombre invite a cenar a una mujer es un acto machista porque el hombre lo hace para mostrar su superioridad sobre la mujer, ya que se supone que él gana más que ella y se puede permitir el lujo de invitar a un ser inferior a comer. Esta misma lógica se puede aplicar a otros comportamientos como el hecho de abrirle la puerta del coche a la mujer, dejarla pasar antes que él al salir de un edificio o hacerle un cumplido. Existe todo un debate acerca del piropo; hay quienes lo ven como un acto sin importancia aunque a veces bastante grosero, y hay quienes lo consideran directamente acoso sexual.
Algo parecido ocurre con el famoso lenguaje inclusivo, una auténtica aberración que consiste en feminizar o neutralizar (nunca mejor dicho) palabras ya existentes para que incluyan a todo el espectro genérico, aun cuando no es necesario. Sirvan como ejemplo bofetadas al diccionario como “miembros y miembras”, “sujetas de pleno derecho”, “bienvenides” o “amig@s”. La R.A.E. ha declarado muchas veces que esto es un error gramatical, pero los partidarios del lenguaje inclusivo se encogen de hombros y siguen a lo suyo, convencidísimos de estar hablando bien y de contribuir así a la integración de género. Otra estupidez más de la dictadura de lo políticamente correcto.
¡Y hasta aquí por hoy, amigos! Si os ha gustado, os animo a compartirlo con quien os apetezca. Si no estáis de acuerdo con estos puntos, tenéis abajo la caja de comentarios, donde podremos debatir tranquilamente. ¡Hasta la próxima!