¡Hola a todos!
Pues aquí estamos con la prometida segunda parte de la crónica más negra de España, aunque no están todos los más importantes y conocidos. Supongo que, de alguna manera, me he dejado llevar por mis preferencias y he puesto solo los que a mí me han marcado más o los que me han parecido más llamativos por los motivos que fuesen. También he puesto pocos crímenes que hubieran ocurrido en fechas más contemporáneas, como podrían ser los estremecedores casos de José Bretón y del parricida de Moraña, que no figuran en esta lista.
Como en la parte anterior, advierto que la lectura de estos crímenes puede herir sensibilidades o resultar perturbadora. He procurado suavizar las partes más escabrosas y no ahondar en lo gore, ya que no hay necesidad: los crímenes son tan terribles que sobran las palabras.
Sin más dilación, podéis seguir leyendo:
Los marqueses de Urquijo
Otro de los crímenes más sonados de la crónica negra española, que habría de ocupar la primera página de todos los periódicos del país durante bastante tiempo. A pesar de que el crimen de los marqueses de Urquijo quedó cerrado oficialmente y se detuvo al presunto culpable del doble asesinato, aún a día de hoy quedan demasiados puntos oscuros que no se han podido esclarecer y que dan a entender que el crimen no ha quedado resuelto.
El matrimonio de los Urquijo llamaba la atención por lo dispar de los cónyuges. Manuel de la Sierra era un hombre educado y amable de cara a la sociedad, pero en su hogar se comportaba como un tirano clasista y tacaño que agobiaba a sus hijos escatimándoles dinero en sus gastos. Marieta Urquijo, por lo contrario, destacaba por su timidez y su devoción religiosa. Se había casado con Manuel en 1954 y el matrimonio tenía dos hijos: Miriam y Juan Manuel, conocidos en la alta sociedad como “los pobres” a causa de la tacañería de su padre.
Sin embargo, el nombre de los Urquijo empezaría a hacerse más conocido a raíz de lo ocurrido el 1 de agosto de 1980. Aquella noche, los marqueses de Urquijo fueron tiroteados de muerte en su chalet de Somosaguas. No fue un robo. No sonaron las alarmas. Nadie vio ni oyó nada.
El principal sospechoso y único condenado por el crimen fue Rafael Escobedo Alday, ex marido de Miriam de la Sierra, que fue detenido el 8 de abril de 1981 a pesar de que las pruebas en su contra eran bastante endebles. Al parecer, se encontraron unos casquillos en la escena del crimen que parecían coincidir con otros hallados en la propiedad del padre de Rafael Escobedo. Dichos casquillos desaparecerían poco después, lo que complicaría el desarrollo del juicio. El arma del crimen tampoco fue encontrada, aunque se decía que podía tratarse de una Star calibre 22 Long Rifle, un modelo exclusivo del que se habían hecho menos de treinta ejemplares.
A pesar de que siempre defendió su inocencia y que las pruebas en su contra eran insuficientes para condenarlo, Rafael Escobedo fue condenado a 53 años de prisión. No llegaría a cumplir ni diez años, pues Rafael se suicidó en presidio ahorcándose con una sábana. No obstante, hay quien considera que este suicidio no fue tal y que alguien se encargó de eliminar a Rafi Escobedo porque sabía la verdad de la muerte de los marqueses de Urquijo. Sea como sea, el caso ya ha prescrito y es muy probable que nunca lleguemos a saber la verdadera historia.
El asesino del parking
En enero de 2003, el elegante barrio barcelonés del Putxet vivió varios días de horror al haberse descubierto en el aparcamiento de la urbanización los cadáveres de dos mujeres residentes de la zona. No existía ningún tipo de conexión entre las dos mujeres, ni había un motivo aparente que explicara su muerte. Lo único que las unía era la brutal violencia que el asesino había descargado sobre ellas a la hora de matarlas.
El primer crimen se cometió el 11 de enero y la víctima fue María Àngels Ribot, de 49 años, que fue hallada muerta en el hueco de la escalera del aparcamiento como consecuencia de varias puñaladas. Todo apuntaba a que el motivo del asalto había sido el robo, ya que el asesino había vaciado el bolso de la mujer y se había llevado las tarjetas de crédito, aunque había obviado otros objetos de valor, como el reloj de la víctima. La mujer había opuesto resistencia, como se podía comprobar por los múltiples cortes de sus manos, pero al final murió a consecuencia de un fuerte golpe en la cabeza. Como no parecía haber ningún otro motivo oculto, se pensó que tal vez había sido un atraco que había acabado de la peor de las maneras. Por eso sorprendió tanto lo que ocurrió tan solo once días después.
El 22 de enero, el barrio del Putxet quedó perplejo al saber que se había vuelto a cometer otro crimen muy similar casi en el mismo sitio. La víctima esta vez fue Maite de Diego, de 46 años, que fue asaltada en el aparcamiento y arrastrada al rellano de las escaleras, donde el asesino la esposó, le cubrió la cabeza con una bolsa de plástico y la mató a martillazos, con un ensañamiento indescriptible. El estado de la mujer era tan espantoso que su marido huyó despavorido al ver el cadáver y solo reconoció a su esposa por la ropa que llevaba; de todos modos, no hubiera podido distinguir los rasgos de su mujer, ya que su cara estaba completamente desfigurada por los golpes.
A pesar de que no parecía haber ningún motivo aparente que explicara los asesinatos, había demasiadas coincidencias entre los dos crímenes e incluso entre las víctimas. Ambos asesinatos se habían producido prácticamente en el mismo lugar y las mujeres habían sido sorprendidas en el aparcamiento y arrastradas al hueco de la escalera. La escena del segundo crimen parecía un calco de la primera, pues había elementos que se repetían en una y otra. Además, tanto María Àngels como Maite eran casi de la misma edad y hasta tenían un cierto parecido físico, lo que en un principio llevó a los investigadores a sospechar que el asesino se había equivocado de víctima la primera vez que había matado.
El doble crimen del Putxet generó una enorme alarma social y psicosis en el barrio, y tanto los usuarios del aparcamiento como los vecinos reclamaron más medidas de seguridad. La Policía estaba segura de que estaba persiguiendo a un posible asesino en serie, por lo que se impuso el secreto de sumario y se realizó una exhaustiva investigación para dar con el autor de los atroces crímenes. Días después detiene a Juan José Pérez Rangel, de 24 años, residente en el barrio de la Mina de Sant Adrià del Besòs, que durante un tiempo tuvo alquilada una plaza de aparcamiento para dos motocicletas en el Putxet. Se supo que había sido él porque había extraído 300 euros de un cajero utilizando la tarjeta de crédito de una de las víctimas y se había hallado una huella de su mano en una de las bolsas de plástico que había empleado en los crímenes. Pero lo que de verdad sorprende fue el móvil que le llevó a matar.
Rangel era un joven que aspiraba a llevar una vida de lujo en un barrio tan distinguido como el Putxet. Aquel lugar representaba todo lo que no llegaría a conseguir nunca: una casa magnífica, un coche de alta gama, un trabajo bien remunerado y una mujer rubia y guapa con la que tener una relación. Durante meses, Rangel intentó vincularse de alguna manera al Putxet, pero con sus escasos ingresos solo pudo permitirse alquilar una plaza de aparcamiento. Mientras tanto, su odio hacia los habitantes del Putxet crecía conforme pasaban los días. Odiaba sobre todo a aquellas mujeres rubias y guapas, como lo eran María Àngels Ribot y Maite de Diego, que parecían tratarle con desprecio y no se dignaban siquiera a dedicarle una segunda mirada. Ese odio sería el que le llevaría a matar con un sadismo inimaginable a dos mujeres que ni siquiera sabían de su existencia.
Las niñas de Alcàsser
Si hay un caso impactante, mediático y terrible en la historia criminal española, ése es el caso de las niñas de Alcàsser. Un triple crimen en el que hay secuestro, violaciones, torturas, asesinatos y multitud de puntos oscuros que no se han podido esclarecer y que han alentado todo tipo de teorías de la conspiración al insinuar que podría haber personajes muy importantes involucrados en el caso.
Miriam, Toñi y Desirée, tres chicas de Alcàsser de catorce y quince años, desaparecieron sin dejar rastro el 13 de noviembre de 1992 cuando salieron de marcha a una discoteca en la vecina localidad de Picassent, donde se iba a celebrar una fiesta. Dos meses y medio después, dos apicultores encontraron los cuerpos de las chicas semienterrados en una fosa, apilados uno encima del otro y cubiertos con una alfombra. Pero lo verdaderamente crudo empieza a partir de ahora, cuando se realizan los primeros exámenes de los cadáveres.
Tras el reconocimiento forense, quedó confirmado que las chicas habían sufrido torturas durante varias horas. Habían sido violadas repetidas veces por diferentes personas, golpeadas con saña (a una de ellas le rompieron los dientes) e incluso sodomizadas con palos. Se llegó al extremo de que a una de las chicas le amputaron un pezón con unos alicates. Finalmente, tras horas de aguantar un suplicio tras otro, las chicas fueron asesinadas de un disparo en la cabeza. Los medios de comunicación iban ofreciendo los detalles del crimen a medida que recibían nueva información, lo que removió las entrañas de toda la sociedad española.
Las investigaciones policiales apuntaron a que el triple crimen había sido cometido por dos delincuentes comunes: Antonio Anglés y Miguel Ricart. El primero, considerado el autor material de los hechos, consiguió escapar de las fuerzas de seguridad en cuanto supo que le estaban buscando, y todavía hoy sigue en paradero desconocido. Por otro lado, Miguel Ricart fue condenado a 170 años de prisión, de los que solo cumplió veintiuno.
La verdadera polémica surgiría a partir de los extraños resultados de las autopsias de los cuerpos de las chicas. Se realizaron varios análisis de ADN que hicieron levantar sospechas acerca de la participación de terceras personas en la tortura, violación y asesinato de las chicas. Se llegó a pensar que ni Anglés ni Ricart habían cometido el crimen, sino que habían actuado siguiendo las órdenes de una banda organizada que raptaba a jovencitas para montar orgías de sexo, drogas y sangre o para la producción de películas snuff. Se barajó la posibilidad incluso de que hubiera personajes políticos y empresarios importantes relacionados con el triple crimen; estas declaraciones se realizaron en el programa de televisión Esta noche cruzamos el Mississippi, y le valieron a los productores una serie de denuncias por calumnias, ya que durante esas declaraciones se dieron nombres y apellidos de presuntos culpables sin aportar ni una sola prueba. Otra imagen deplorable fue la que ofreció el programa De tú a tú, presentado por entonces por Nieves Herrero, que llegó a trasladar su plató a Alcàsser para grabar el velatorio de las niñas y así conseguir más audiencia, al más puro estilo de la telebasura actual.
A pesar del alto despliegue de investigación, de las numerosas aperturas del sumario y de todos los análisis llevados a cabo, a día de hoy seguimos sin saber con exactitud quiénes mataron a las niñas de Alcàsser. De aquel crimen queda una gran herida que tal vez nunca se pueda cerrar y que sigue doliendo cada vez que el tema sale a la luz.
El crimen de Cuenca, también llamado Caso Grimaldos, pasaría a la Historia como uno de los errores judiciales más graves jamás cometidos por las autoridades judiciales y policiales. Un crimen que nunca ocurrió y por el que dos hombres tuvieron que pagar un precio tan exorbitado como injusto.
José María Grimaldos, un pastor conquense natural de Tresjuncos, trabajaba en la finca del alcalde de Osa de la Vega. A causa de su pobre entendimiento, José María era objeto de burlas por parte de León Sánchez, el mayoral de la finca, y de Gregorio Valero, el guarda. El 20 de agosto de 1910, José María vendió unas ovejas de su propiedad y desapareció sin dejar rastro. Varias semanas después de su desaparición, empezaron a correr rumores de que a José María lo habían matado para arrebatarle el dinero que había obtenido con la venta de las ovejas. Los familiares del pastor, al tener conocimiento de las burlas que recibía, decidieron presentar una denuncia en el juzgado de Belmonte (Cuenca). Acusaron a León y a Gregorio de haberlo matado, por lo que fueron detenidos y llevados a juicio. Sin embargo, la falta de pruebas obligó al juez a ponerlos en libertad y la causa fue sobreseída.
Pero al cabo de un par de años, en 1913, la familia de Grimaldos pidió que se reabriera el caso coincidiendo con la llegada del nuevo juez Emilio Isasa Echenique. Nuevamente se volvió a denunciar a León y a Gregorio, que fueron detenidos y llevados a prisión, donde les aguardaba un largo y penoso calvario.
Para hacer que los acusados confesaran el crimen, la Guardia Civil empleó diversos métodos de tortura capaces de helar la sangre del más valiente. Separados el uno del otro en diferentes celdas, se les privaba de agua y se les alimentaba solo a base de bacalao sin desalar. Durante los interminables interrogatorios sufrieron palizas, les colgaron en vilo por los genitales y les extrajeron dientes y uñas con unas tenazas de herrar. Fue tal el sufrimiento que tuvieron que soportar que terminaron por confesar, destrozados y culpándose el uno al otro, que habían matado a Grimaldos, descuartizado su cuerpo y arrojado los trozos a los cerdos para que no quedaran pruebas. A pesar de las numerosas contradicciones y detalles sin resolver que plagaban el sumario, el juicio de los acusados se solventó en apenas siete horas. Fueron acusados por unanimidad de haber cometido el asesinato de Grimaldos y, aunque consiguieron evitar la pena de muerte, fueron a la cárcel hasta el año 1925, cuando un decreto de indulto les permitió regresar con sus familias.
Pero lo verdaderamente sorprendente vendría en 1926, cuando el cura de Tresjuncos (principal instigador de la culpabilidad de los acusados) recibió una carta del cura del pueblo de Mira pidiéndole la partida de bautismo de José María Grimaldos, puesto que la necesitaba para poder contraer matrimonio. El cura de Tresjuncos, impactado por esta noticia, decidió ocultar la carta y no responder al párroco. Impaciente por el retraso de su matrimonio, Grimaldos fue él mismo al pueblo para pedir la partida bautismal sin sospechar el revuelo que se iba a armar cuando la gente le vio y le reconoció. La noticia de que el muerto en realidad estaba vivo corrió como la pólvora y no tardó en llegar a la prensa. Más sorprendente fue que el propio Grimaldos afirmó que se había marchado del pueblo por propia voluntad y que no tenía conocimiento alguno del caso en el que estaba implicado como supuesta víctima.
Tras la identificación de Grimaldos, el asunto pasó a manos del Tribunal Supremo, que no tardó en revisar la condena impuesta a los dos reos. En dicha orden se reconoce que la confesión de León y Gregorio carecía de validez al haber sido obtenida bajo tortura. Se declaró nula la sentencia al confirmarse que no había habido delito alguno, tras lo cual León y Gregorio quedaron en libertad. En cuanto a los responsables de su encierro, Emilio Isasa fue hallado muerto en su casa a los pocos días de conocerse la sentencia rectificativa, posiblemente por suicidio. También se suicidó el cura de Tresjuncos, cuyo cuerpo fue hallado ahogado en una tinaja de vino. El resto de acusados fueron llevados a juicio y, a pesar de su culpabilidad, todos ellos quedaron absueltos.
La Dulce Neus
El caso de la Dulce Neus fue uno de los más conocidos y mediáticos que ha habido en España. Aunque el crimen no tiene el componente de brutalidad de otros que hemos visto, sorprende la sangre fría de los asesinos, puesto que eran menores de edad, y de su madre, auténtica instigadora del asesinato.
El ambiente familiar en el domicilio de Juan Vila y Neus Soldevilla, vecinos de Montmeló (Barcelona), era de continuas peleas. Los enfrentamientos entre el cabeza de familia con su mujer y sus hijos eran constantes y éstos ya estaban hartos de sus gritos y de tener que someterse a la voluntad de aquel tirano. Por eso, no es de extrañar que los seis hermanos desarrollaran un vínculo afectivo muy fuerte hacia su madre en tanto que crecía su hostilidad hacia su padre.
Sin embargo, no todo era blanco y negro en el hogar. Juan Vila era un hombre de carácter brusco y autoritario que no vaciló en sacar a sus hijos de la escuela y ponerlos a trabajar a la edad de ocho años. Y Neus, a la que por su voz tenue y pausada habían motejado “la Dulce Neus”, gastaba en cosas superfluas el escaso dinero que su marido le daba para la manutención de sus hijos. Asimismo, empezó a enredarse con otros hombres, algunos de ellos casados, y a meterse en negocios un poco turbios a espaldas de su marido para ganar algún dinero.
Las cosas en el seno familiar iban a peor. Unos contratiempos en el negocio obligaron a Juan a deshacer su empresa, lo que estuvo a punto de llevarlo a la ruina. En medio de una depresión, se dedicó a atiborrarse de tranquilizantes y a beber sin control alguno, desquitándose con su mujer y sus hijos, a los que insultaba y golpeaba con frecuencia. Por estos tiempos, en el año 1981, Neus había contraído bastantes deudas tras pedir varios préstamos que no había reembolsado, por lo que su situación era crítica. Hizo partícipes de sus preocupaciones a sus hijos y poco a poco les convenció de que el culpable de todas sus desgracias era su padre y que la familia estaría mucho mejor sin él. A partir de aquel momento, Juan Vila tuvo los días contados.
El 28 de junio de 1981, tras haber dejado a su marido durmiendo en la habitación, Neus reunió a sus hijos y les entregó una pistola de 9 mm, diciéndoles que había llegado el momento. Dado que Neus no quería utilizar el arma, los hijos tuvieron que decidir cuál de ellos apretaría el gatillo para matar a su padre. La elegida fue Marisol, que solo tenía 14 años y nunca había disparado un arma; sus propios hermanos tuvieron que enseñarle a sujetar la pistola para que no se le levantara con el retroceso. Neus ordenó a la criada que se llevara a las niñas pequeñas para que no vieran lo que iba a ocurrir y se llevó al resto de sus hijos al dormitorio principal, donde Juan Vila dormía plácidamente. Allí, Marisol disparó a su padre a quemarropa en la nuca y lo mató al instante.
Durante un tiempo, Neus consiguió engañar a todo el mundo contando una historia acerca de unos encapuchados que habían entrado en la casa con la intención de matar a su marido. Sin embargo, a los pocos meses la criada se derrumbó y confesó a la Policía todo lo que sabía. Tras el juicio, la Dulce Neus fue condenada por parricidio con alevosía y premeditación a 28 años de cárcel; sus hijos mayores fueron condenados a 12 y 10 años, pero Marisol no fue procesada por ser menor de edad. Inés Carazo, la criada, fue absuelta del delito de complicidad, pero fue condenada a seis meses de arresto por omisión del deber de denuncia.
¡Y nada más, amigos! Con este post damos por terminado el mes del terror en la Biblioteca. ¡Hasta el mes que viene!