Fortunata y Jacinta nacieron en
1887 como personajes llenos de vida, creadas por Benito Pérez Galdós. Casi
ciento treinta años desde la publicación de la novela que lleva sus nombres, y
que aún hoy sigue siendo un motivo para la reflexión. Fortunata y Jacinta, dos historias de casadas; una historia de dos
mujeres que Galdós utilizó para representar a la perfección dos mundos radicalmente
opuestos: la alta burguesía y el pueblo llano; y con el fin de escrutar el
insondable universo del alma humana y de la pasión femenina. Como marco
necesario, Galdós representó el Madrid del Sexenio Revolucionario y los
preámbulos de la Restauración borbónica. Toda la novela responde a la idea de
Galdós de servirse de los desequilibrios sociales como pantalla para perfilar
la figura de sus personajes.
Fortunata y Jacinta es algo más
que una típica novela de costumbres. Son muchos los críticos que coinciden en
señalar esta obra como el mejor relato de las letras españolas, después del
Quijote. Pero esto es así no por la riqueza argumental, sino porque supone ante
todo el retrato filosófico de la época que le tocó vivir a Galdós, un escritor
que se caracterizaba por hacer de la aventura el supremo arte de la observación
incansable. Contaba Galdós por entonces cuarenta y cuatro años, más de media
vida en un tiempo protagonista, excepcional, de numerosos cambios sociales y
políticos, de lucha con las ideas, de toda la actividad pensadora y cambiante
que supuso el siglo XIX. En este escenario es donde se desarrollan las vidas de
Fortunata y Jacinta.
La historia comienza en 1865,
cuando doña Bárbara Arnaiz, esposa del rico comerciante de paños don Baldomero
Santa Cruz, decide poner fin a los devaneos de su díscolo hijo Juan organizando
su futuro matrimonio con su prima Jacinta Arnaiz. Y aunque Juanito Santa Cruz
accede sin problema alguno a casarse con Jacinta, a espaldas de ésta no deja de
frecuentar los brazos de Fortunata, una joven huérfana que vive con su tía,
huevera y pollera, en la Cava de San Miguel. Las rupturas y reconciliaciones se
sucederán a lo largo de más de diez años, tiempo que marcará irremediablemente
el carácter y el destino de ambas mujeres.
Jacinta, el deseo insatisfecho
Jacinta Arnaiz representa el gran
mundo de la abundancia y de la seguridad existencial, y en él se esconde,
cómodamente instalada. Le asusta la fealdad y la realidad no es tan bella como
se la imagina; entonces, huye. Su comportamiento se caracteriza por la
corrección y la decencia, convirtiéndose en la digna depositaria del honor de
su marido. Es fiel y leal, comprensiva y paciente. Acepta la vida tal y como se
la han programado. La fidelidad de Jacinta es la garantía de que la estirpe de
los Santa Cruz se mantendrá inalterable. No comprende el mundo de las pasiones
porque éstas se le han negado durante toda su vida. Durante las largas tardes
que dedica a la costura, Jacinta no manifiesta deseo ni curiosidad alguna que
vaya más allá de las conversaciones domésticas. Sabe leer y escribir, pero ha
leído pocos libros y lo ignora todo acerca de la geografía y la historia de su
país.
En cualquier caso, Jacinta es
como todas sus coetáneas: se valora a sí misma en función de su capacidad para
tener descendencia y, en concreto, para darle un hijo a su marido. Jacinta es
hija de una familia numerosa. Ella, que vive con el dolor de la esterilidad (un
auténtico escarnio para la mujer de la época), ha tenido dieciséis hermanos de
los que han sobrevivido nueve, siete de ellos mujeres. Su padre considera el
hecho una auténtica «plaga» que acepta con resignación, mientras que su esposa
se lo toma como una cuestión personal que debe resolver.
Tras su matrimonio con Juanito
Santa Cruz, la principal preocupación de Jacinta no son tanto las reiteradas
infidelidades de su esposo, sino su propia incapacidad para quedarse
embarazada. Jacinta siente que necesita la maternidad para tener identidad
social y, puesto que el fin inmediato del matrimonio es la procreación, si no
consigue tener hijos será culpa suya. En otras palabras, que su unión legal con
Juan Santa Cruz sería un completo fracaso. Del mismo parecer es Fortunata,
quien considera que sin hijos no hay matrimonio, y puesto que ella le ha dado
un hijo a Juanito Santa Cruz, debería ser considerada la verdadera esposa.
Cuando por fin consigue lo que
tanto había deseado, un hijo de su marido, Jacinta reacciona con una dureza
insospechada. Esos diez años de angustias, traiciones, remordimientos, huidas y
mentiras han hecho mella en su espíritu. Jacinta, la dulce y sumisa esposa,
descubre que es incapaz de sentir amor por su desleal marido, por lo que le
arroja de su vida y le desprecia para siempre. El propio Juan Santa Cruz se
queda perplejo por el desdén que su esposa le muestra, pero no le queda más
remedio que someterse. Jacinta asume un matriarcado real aunque no oficial en
el que Juanito Santa Cruz queda relegado a un papel meramente decorativo.
Cierra la puerta de la esperanza para sí misma y se entrega devotamente al hijo
de su antagónica Fortunata. Del matrimonio solo queda la fachada por
conveniencias sociales, algo que todo el mundo sabe, por lo que nadie se llama
a engaño.
Fortunata, el amor sin barreras
Fortunata Izquierdo es el pueblo
llano, el pueblo pobre, ignorante, sano y basto, lleno de vida y de pasiones
verdaderas, al que acude el cómodo y parásito Juanito Santa Cruz para tomar de
él todo aquello de lo que carece su propio mundo, rico y avasallador. Juanito
conoce a Fortunata y mantiene una relación sentimental estable que se rompe
cuando el niño de papá se casa con su prima Jacinta. No obstante, meses después
vuelve a buscar la pasión de Fortunata, que ella le entrega de buena gana.
Fortunata representa a la española
urbana y de clase baja que tiene que ingeniárselas para poder salir adelante.
Es una mujer pobre y analfabeta, pero con grandes cualidades. El valor, el
afecto y la sinceridad son virtudes que en ella se dan de forma espontánea. Su
comportamiento, no obstante, podría ser calificado de no convencional, ya que
se deja llevar por las pasiones, pero no exclusivamente. Disfruta exhibiéndose
en compañía de su amante, al que reconoce amar con todo su corazón, pero al
mismo tiempo acepta casarse con el enfermizo Maximiliano Rubín con el ánimo de
llegar a ser considerada «una buena esposa». Fortunata no cree ser inmoral,
puesto que respeta a su marido al no engañarle con falsas declaraciones de
amor, que sí reserva para su amante. Ella defiende los impulsos del corazón y
rechaza lo que socialmente está bien visto. Y, al igual que su rival Jacinta
Arnaiz, se valora a sí misma en función de su capacidad para tener
descendencia.
Ya hemos hablado de la
importancia que tenía la maternidad para las mujeres de la época que refleja
Benito Pérez Galdós, importancia que llegaba al extremo de otorgarle auténtica
identidad social a las mujeres. Fortunata va un poco más lejos: ella considera
que sin hijos no hay matrimonio, y puesto que ha sido capaz de darle un hijo a
Juanito Santa Cruz, ella debe ser considerada la verdadera esposa. Así pues,
desde su punto de vista, la unión legal entre Juanito y Jacinta es un fracaso.
La falta de represión que
caracteriza a Fortunata le impide representar el papel de mujer decente y
correcta propio de Jacinta. En el interior de Fortunata luchan sentimientos
encontrados: por un lado, reconoce que Jacinta es mejor que ella; pero por
otro, siente la injusticia de su situación, ya que ella había conocido antes a
Juanito Santa Cruz pero su condición social le había impedido casarse con el
hombre que amaba. Su complejo de inferioridad es tan grande que solo consigue
exorcizarlo cuando se repite una y otra vez que ella puede ser madre y Jacinta no.
Finalmente, Fortunata consigue
sentirse orgullosa de sí misma al renunciar a su hijo y entregárselo a Jacinta.
Después de enterarse, nada más dar a luz, de que Juanito Santa Cruz ya tiene a
otra mujer con la que entretenerse, va en busca de la nueva amante y la
emprende a puñetazos y patadas con ella a modo de venganza. La pelea le hace
perder mucha sangre y su vida se extingue poco a poco. Pero la cercanía de la
muerte le hace ver las cosas de otra manera; su rencor hacia Jacinta desaparece
y le entrega el hijo del que ella ya no puede ocuparse. Es su manera de
reconciliarse con Jacinta y consigo misma.
La gran novela de Galdós finaliza
con el entierro de Fortunata y la reclusión en el manicomio de su marido,
Maximiliano Rubín. Aquí también acaban las historias de todos los demás
personajes de la novela, personajes que podrían haber dado lugar a otro proceso
narrativo de la misma extensión y riqueza. Todos existen porque, de algún modo,
son reales, cotidianos, personas que podríamos conocer del día a día.
Juan Santa Cruz, marido de
Jacinta y amante de Fortunata. Hijo único de un matrimonio de ricos
comerciantes de paños, consentido, caprichoso, irresponsable, egocéntrico e
incapacitado para el amor. Infiel y desleal con sus mujeres porque
constantemente huye de sí mismo.
El loco e insigne «barón» don
José Ido del Sagrario, aspirante a escritor, madrileño y pobre. Personaje que
conoció Galdós en la vida real y del que se dice que fue la inspiración de don
Benito para escribir su relato.
Doña Guillermina Pacheco, la
santa, virgen y fundadora, como la describe su autor. Auténtica rata
eclesiástica que siempre va en busca de personas necesitadas de su caridad.
Intermediaria interesada entre los dos mundos irreconciliables de Fortunata y
Jacinta.
Doña Lupe, la de los pavos, la tía política de Fortunata. Burguesa con más
aspiraciones que posibilidades, astuta y de buen corazón en el fondo. Avara y
prestamista y con una personalidad que oscila entre la bondad y la mezquindad,
que le da un toque muy atractivo a este personaje.
Maximiliano Rubín, el enfermizo e
inútil marido de Fortunata. Débil, incapaz, dependiente de los cuidados ajenos
hasta el hartazgo, auténtico mártir de la historia.
Mauricia la Dura, la única amiga
de Fortunata. Personaje marginal, agresiva y tierna a la vez. Víctima indefensa
de las tremendas desigualdades sociales que ella nunca quiso aceptar.
Y don Evaristo Feijoo, curioso
personaje que aparece y desaparece discretamente de la novela. Es casi unánime
la opinión de que Benito Pérez Galdós se representó a sí mismo en este
personaje. Irónico, solterón, viajero, librepensador, anticlerical y aficionado
a la mujer. Su paso por la novela sirve como pretexto para poner de manifiesto
algunas de las ideas del autor acerca de la vida, la política, la sociedad y el
amor.
Se creerán estos tontos que me engañan. Esto es Leganés. Lo acepto. Lo
acepto y me callo en prueba de la sumisión absoluta de mi voluntad a lo que el
mundo quiera hacer de mi persona. No encerrarán entre murallas mi pensamiento;
resido en las estrellas. Pongan al llamado Maximiliano Rubín en un palacio o en
un muladar, lo mismo da.
Madrid, junio de 1887
Así finalizó Galdós su enorme relato. La locura del débil Maximiliano
Rubín pone punto y final a un mundo depredador para quien se permite el error
de dudar y de amar sin límites racionales. Así termina la historia de Fortunata
y Jacinta, dos mujeres que jamás existieron y nunca habrían podido encontrarse,
ya que el abismo que las separaba era demasiado grande. Pero quizás, y solo
quizás, el hijo que Fortunata le entregó a Jacinta podría haber sido la piedra
de toque que marcara el inicio del fin de las desigualdades sociales que
constantemente se han denunciado a lo largo de la novela. Nunca podremos
saberlo.