Año 793, Monasterio
de Lindisfarne, Reino de Northumbria
En el scriptorium del
monasterio, un joven monje trabaja con dedicación sobre un
manuscrito que debe iluminar mojando el pincel en diversas pinturas
de llamativos colores. De pronto, un sudor frío le recorre el
espinazo. Algo ha llamado su atención. Se acerca a la ventana del
scriptorium con el alma en vilo, alterado por el murmullo de un
terror que no alcanza a identificar. Los latidos de su corazón le
golpean el pecho con fuerza, como si en su interior habitara un ser
que quisiera huir cuanto antes. Los dedos del monje buscan,
temblorosos, el crucifijo que pende de su cuello y se aferran a él
en una muda oración suplicando paz y protección.
Pero lo que está a
punto de suceder escapa a la comprensión del joven que ha crecido en
el monasterio. Un barco de poco calado se acerca a toda velocidad a
la playa, empujado por un próspero viento que hincha su única vela
rectangular. Es una nave pequeña y estrecha, pero resistente. Los
remos la impulsan en dirección a la playa con una fuerza que el
monje nunca había visto en otro ser humano. Pero lo que realmente
congela el corazón del joven es la cabeza de dragón que adorna el
tajamar del barco, confiriéndole el aspecto de una bestia salida de
las mismísimas fauces de Satanás.
El barco encalla en la
arena. Y del interior empiezan a salir hombres gigantescos de cabello
rubio, fornidos como osos, armados con espadas de doble filo, hachas
y escudos redondos. Sus caras están pintadas de manera que resulten
más aterradoras. Pero es en sus ojos donde se lee lo que el monje y
sus hermanos están a punto de descubrir.
El horror. La sangre.
La muerte.
Las frágiles puertas
del monasterio no son rival para el enemigo llegado del norte. Las
hachas destrozan cada barrera que se atraviesa en su camino, y el
monje comprende que está atrapado en lo que antes consideraba un
hogar seguro para su cuerpo y su alma. Desesperado, implora a Dios
que tenga misericordia. Mientras, es testigo de la brutal muerte de
los monjes con los que ha crecido y vivido desde que tenía uso de
memoria.
Y es que los guerreros
del norte no muestran respeto ni piedad. Matan indiscriminadamente a
los más ancianos y se ceban con los más jóvenes. Por donde pasan
no queda nada en pie: mesas volcadas, bancos destrozados, diversos
utensilios desparramados como si fueran objetos inútiles… Los
valiosos manuscritos en los que el joven monje trabajaba son
utilizados ahora como combustible para el fuego o como paño para
limpiar la sangre que mancha sus rostros belicosos. Las santas
reliquias, regalo del Señor, son robadas por manos codiciosas que
solo ven en ellas oro, plata y piedras preciosas. El monje comprende
que el fin ha llegado cuando un inmenso guerrero alza su hacha para
partir en pedazos el crucifijo de madera que pende de la pared del
altar, en un acto sacrílego difícil de concebir.
Pero lo que acaba de
vivir es solo el principio. Azotado, maniatado y humillado, el monje
se convierte en un indigno esclavo cuando tan solo unos instantes
atrás era un siervo del Dios de las alturas. Unos minutos han sido
suficientes para despojarlo de su inocencia y mostrarle la cara más
dura de la realidad de su tiempo.
Pues aquella era la
primera tropelía de las muchas que iba a presenciar a lo largo de su
vida.
No está mal, ¿eh? Esta
es una interpretación libre de una de las escenas más vistas del
primer capítulo de Vikingos, la nueva serie a la que me he
viciado; lo único que he hecho ha sido darle un toque más trágico
y novelesco (deformación profesional, supongo).
Vikingos es una
serie dirigida por Michael Hirst (que también dirigió Los Tudor)
y producida por el Canal Historia y, como es lógico, detrás de cada
uno de sus nueve episodios se esconde un amplio y minucioso trabajo
de documentación que se refleja en todos los aspectos, desde las
casas de los granjeros a los más pequeños utensilios, pasando por
sus creencias, leyes y descubrimientos. Imaginad que cogéis un
manual de Historia sobre los vikingos y le añadís un argumento
sencillo y unas gotas de grafismo televisivo: Ahí tenéis la receta
para Vikingos. Cualquier amante de la Historia debería
echarle un vistazo, porque creo que vale la pena.
No voy a decir que la
serie es perfecta, pero no está nada mal. Se le puede achacar un
argumento un poco simple de más, ya que por el momento no se sale
del cliché de los vikingos bárbaros y violentos que se dedicaban a
ir de un lado para otro saqueando y matando. Algunos personajes
secundarios no están muy bien perfilados o resultan un poco sosos,
aunque puede que todavía sea pronto para lanzarse a opinar. Algunos
de los que han visto la primera temporada se han sentido
decepcionados porque esperaban encontrar un segundo Juego de
Tronos y esto ni se le acerca. Y yo digo: ¿Y por qué esperabais
otro Juego de Tronos? Son dos series completamente distintas.
Una está sacada de una novela río, y la otra es una serie con
trasfondo histórico. No mezclemos churras con merinas, por favor.
Lo que me gustaría hacer
hoy es hablar de los vikingos utilizando la propia serie como apoyo,
pues me he dado cuenta de que hay mucha gente que no se ha adentrado
en el mundo de los guerreros nórdicos más que para examinar su rica
mitología. El pueblo vikingo escondía mucho más debajo de esos
cascos que, digámoslo de una vez, nunca llevaron cuernos. ¿Queréis
averiguar un poco más? Seguid leyendo (y tranquilos, que NO HAY SPOILERS).
El comienzo de Vikingos
no puede ser más revelador. En medio de un campo sembrado de
cadáveres, se impone la imagen de un guerrero llamado Ragnar
Lothbrok (Travis Fimmel), que observa con un atisbo de sonrisa el
resultado de la masacre que él y los suyos han llevado a cabo. Las
almas de los guerreros caídos en combate ascienden al Valhalla bajo
la atenta mirada de un cuervo, mero espectador o quizá un mensajero
de Odín. Ya desde el minuto uno sabemos en torno a qué va a girar
la historia: la belicosidad de los guerreros nórdicos. Y hay que
añadir que, aunque esa mala imagen tenía un trasfondo de verdad,
tampoco era para tanto. Es necesario, pues, buscar el término medio.
Antes de seguir, es
preciso aclarar qué entendemos por “vikingo”. Pese a dar nombre
a la serie, en ningún momento se pronuncia esa palabra, lo cual es
muy acertado, porque ellos mismos no se referían a sí mismos como
vikingos (dependiendo de la zona que habitaran había Varegos, Rus,
etc.). Aunque es una cuestión que continúa en estudio, hay quien
encuentra correlación entre la palabra vikingo y vicus,
que en latín significaría “centro comercial”. Para otros
estudiosos, el origen vendría del término noruego vík
(“bahía” o “fiordo”) o del inglés antiguo wic
(“asentamiento comercial fortificado”). Lo que parece claro es
que “vikingo” sería aquel que se encontraba en mitad de una
campaña matando y saqueando.
La edad dorada de los
vikingos se dio entre el año 800 y el 1100 aproximadamente. Aunque
nunca formaron un Estado único como, por ejemplo, los romanos, su
asentamiento se encontraba en la península escandinava y en lo que
ahora conocemos como Dinamarca. Pero la escasez de tierras y
alimentos, la mejora en la producción de hierro y la necesidad de
nuevos mercados hicieron que se expandieran por las islas Feroe,
Irlanda, Inglaterra, Islandia… Incluso es muy probable que llegaran
al continente americano alrededor del año 1000. Es decir, que desde
un primer momento fueron exploradores y colonizadores.
Desde el principio fueron
temidos, y parece ser que con razón. Irrumpieron en el mundo a golpe
de hacha y no respetaron absolutamente nada, ni siquiera las
propiedades de la Iglesia ni a sus representantes. De hecho, se toma
como referencia de su crueldad el saqueo al monasterio de Lindisfarne
(en el antiguo reino de Northumbria) el 8 de junio del año 793. La
descripción del ataque incluye el robo de reliquias, el asesinato de
monjes y la captura de los supervivientes para convertirlos en
esclavos, lo que demostró al resto del mundo conocido que los
guerreros nórdicos eran dignos de temer.
En la serie, después de
un peligroso viaje rumbo al oeste, asistimos al asalto vikingo al
monasterio de Lindisfarne, donde los monjes apenas hacen nada por
defenderse. Ragnar ordena que saqueen todo lo que parezca de valor y
que maten si es necesario. Muchos monjes mueren, incluso aquellos que
intentaban esconderse para escapar de tan cruel destino. Pero hay uno
que se salva: el joven Athelstan (George Blagden), quien la noche anterior había
compartido con el padre Cuthbert sus temores por la profecía de
Jeremías en la que se anuncian males sin fin. Athelstan consigue
salvar el pellejo cuando Ragnar descubre que sabe hablar en su
idioma, lo que le parece interesante. ¿Por qué un monje que había
nacido y crecido en Britannia conocía un idioma que le resultaba tan
ajeno? Athelstan responde que habla en su lengua porque uno de los
preceptos del Cristianismo es dar a conocer la palabra de Cristo a lo
largo y ancho del mundo. En otras palabras, que en su día fue
misionero.
Lo que a Ragnar le parece
extraño es que Athelstan sepa que hay muchos más reinos en el resto
del mundo mientras que él ha viajado y nunca ha sabido de esos
territorios más que de oídas. Para comprender la extrañeza de
Ragnar, es necesario tener conocimiento de cómo veían el mundo los
vikingos. Para los antiguos escandinavos, el mundo era una amplia
extensión de tierra cuyo centro estaba en Yggdrasil, el gran árbol
del universo, que abarcaba el tiempo y el espacio. La tierra estaba
rodeada por el mar, que llegaba hasta donde alcanzaba la vista. ¿Y
qué había después? Pues se creía que más allá había un abismo
insondable, que el agua del mar se precipitaba como una catarata. Del
mismo modo, el agua arrastraba hacia esa catarata a todos los barcos
que pasaran por allí cerca, engulléndolos para siempre. De ahí que
la navegación provocara auténtico terror; uno nunca sabía qué
peligros desconocidos acechaban en los mares, y era necesaria una
buena dosis de valor para hacerse a la mar a descubrir otras tierras.
Los vikingos viajaron mucho y visitaron innumerables territorios,
pero hay que puntualizar que nunca se echaron a mar abierto más que
en unas pocas ocasiones; para ellos era preferible no perder la costa
de vista, tanto por los peligros de una tempestad como por las
bestias que podían atacarles en el mar.
Ya he mencionado antes
que los vikingos están considerados una suerte de exploradores y
comerciantes. En la serie, Ragnar es un granjero la mayor parte del
año, pero es uno de los primeros en acudir a la llamada del conde
Haraldson (Gabriel Byrne) cuando éste organiza una expedición de
saqueo. El problema es que solo viajan rumbo a las tierras del este,
que conocen bien porque siempre van allí. Ragnar ha oído historias
de viajeros que provenían del oeste y que hablan de riquezas sin
fin, y propone que el viaje de ese año tome rumbo al oeste. Aunque
el conde rechaza su idea de plano, Ragnar consigue convencer a su
hermano Rollo (Clive Standen) después de asegurarle que encontrarán el rumbo
fácilmente gracias a dos objetos nunca vistos: una brújula y una
piedra solar.
Merece la pena detenerse
un momento en estos dos elementos, pues fueron piezas clave para el
éxito de los viajes a través del mar. La brújula de Ragnar es una
rudimentaria rueda de madera con un punzón en el centro y un círculo
dibujado a su alrededor. Cuando el sol del mediodía proyecta la
sombra del punzón, la punta señala hacia el sur, de modo que así
no perderán nunca el rumbo. Pero Rollo plantea una pregunta lógica:
¿Y si el día está nublado? Aquí es donde entra en escena la
piedra solar. En algunas sagas de la época se habla de esta piedra
solar con la que, al mirar a través de ella, se puede encontrar el
sol en un día nublado. Quizá se refieran a la calcita, que tiene la
propiedad de polarizar la luz del Sol. Este mineral se puede
encontrar en los fiordos de Oslo, de modo que sería fácil de
obtener. Armados con estos objetos, puede empezar el viaje.
Ragnar decide lanzarse a
la aventura aun sin tener en cuenta las órdenes del conde Haraldson,
quien no se fía de él y teme que le traicione. El conde Haraldson
es el jefe del pueblo de Kathegath, y probablemente haya sido elegido
en una asamblea de hombres libres, llamados Things. El elegido
era el Jarl, un caudillo al que debían obedecer y seguir en
sus incursiones. Haraldson es, pues, un poderoso Jarl con
muchos hombres a su disposición que le obedecen y respetan.
Probablemente recibían a cambio de esa obediencia buenos botines,
fruto de los saqueos, que repartían al 50%, mitad para el Jarl
y mitad para el resto que sobreviviera. Es también dueño de los
barcos que se utilizaban para viajar, y que son motivo de disputa en
la serie.
Ragnar necesita un barco
para su expedición y, como el conde se niega a prestarle ayuda,
decide construir uno a sus espaldas. El típico barco vikingo es un
Lagskip (barco largo), más conocido como Drakkar (dragón) e incluso
Snekkja (serpiente). Estos barcos eran rápidos, muy manejables, de
poco calado pero resistentes, ideales para la navegación de cabotaje
y el desembarco fulminante. En casos especiales, podían incluso ser
trasladados por tierra a hombros. Contaban con una vela cuadrada o
rectangular y un mástil abatible. Si el viento no ayudaba, también
disponían de remos.
La construcción de un
barco era una operación muy delicada. En la serie, Ragnar confía la
tarea a Floki (Gustaf Skarsgard), un desgarbado hombrecillo de gestos nerviosos que
parece ser un genio a la hora de construir barcos, aunque no sepa
nadar. Su tarea va desde la selección de la madera más apropiada
(abedules, fresnos y robles eran los más utilizados), su preciso
corte en tablones delgados y flexibles, la talla de la quilla y la
construcción del mástil, hasta el calafateado con brea (conseguida
a partir de pinos centenarios). Floki hace casi todo el trabajo,
aunque en la realidad habría un numeroso equipo trabajando en el
barco. Incluso añade, como novedad, un suelo abatible bajo el que se
pueden guardar las provisiones y las armas que utilizarán después
durante el saqueo.
Visto lo visto, uno
pensaría que los vikingos no hacían más que comer, navegar y
matar. Es verdad que llevaron a la ruina a muchas partes de Europa,
pero es importante señalar que también impulsaron el desarrollo de
la industria, especialmente la textil de Flandes. Abrieron rutas
comerciales que llegaron hasta Rusia, ofreciendo tejidos de buena
calidad. De modo que no hubo una guerra permanente entre los vikingos
y occidente, sino todo lo contrario: el comercio internacional
floreció en esta época, con frecuentes intercambios en una y otra
dirección.
La familia Lothbrok: Ragnar, Bjorn, Lagertha y Gyda
Durante sus viajes de
comercio, los vikingos dejaban a un lado los drakkars y utilizaban
otras embarcaciones más robustas para transportar sus mercancías.
Los Knörr eran barcos de difícil maniobra, pero con gran capacidad
de carga. El mayor problema en los viajes por mar era la niebla y el
mal tiempo en general. Procuraban mantener la tierra a la vista,
memorizaban las costas y comprendían como nadie el movimiento de las
olas y la alteración de las mareas. Solían llevar cuervos a bordo
que les servían para averiguar si había tierra: si al soltarlos no
regresaban es que había tierra cerca. Este detalle también se
observa en la serie.
Otra de las cosas que más
llama la atención de Vikingos es la relación que Ragnar
mantiene con su esposa Lagertha (Katheryn Winnick). Entre los dos existe una especie de
igualdad que sorprende si la comparamos con lo que ocurría en otras
partes de Europa en la misma época. La familia de Ragnar vive en una
granja, y de lo que produce dicha granja. Antiguamente, estas granjas
estaban dirigidas por las mujeres con mano de hierro. Puede que
Ragnar sea el cabeza de familia, pero Lagertha también tiene
autoridad y su modo de ver las cosas no puede ser contrariado. Es tan
fuerte como su marido y se enfrenta a cualquier amenaza a golpe de
hacha y escudo. Este hecho también está bastante bien retratado en
la serie (aunque no el hecho de que las mujeres fueran a la guerra),
ya que el papel de la mujer nórdica era muy importante y tenía más
derechos que en otras culturas más “civilizadas”: podían pedir
el divorcio, heredar, poseer tierras y eran las guardianas del honor.
También tenían bastante libertad en lo que a sexo se refiere; la
infidelidad no debía de ser un motivo de divorcio, ya que tanto
hombres como mujeres hacían lo que les daba la gana. Además, el
jefe de familia podía tener concubinas, aunque cada vez se hizo más
raro y solo los más ricos lo siguieron haciendo hasta que la
costumbre se perdió.
La expedición a
Northumbria se salda con varias decenas de muertos, grandes sacos de
oro y plata en forma de cálices y relicarios, y un puñado de monjes
convertidos en esclavos. Los vikingos comerciaban con esclavos y
también los utilizaban en beneficio propio aunque, por razones de
abastecimiento, no en el mismo grado que otras culturas con mayor
abundancia de recursos. Athelstan se convierte en esclavo de Ragnar,
y su futuro no parece muy halagüeño, pero (aunque en el caso de los
esclavos podía ser diferente) los vikingos no mataban así como así,
a no ser que fuera en el campo de batalla. La vida era un bien
demasiado valioso por su corta duración y por lo que costaba
mantenerla: las mujeres morían con facilidad durante el parto y los
hombres por cualquier herida que se hubieran hecho en combate o en
algún accidente. Un ejemplo de su respeto por la vida es que nunca
torturaban (aunque en la serie se toman una licencia al respecto,
creo que para hacernos odiar aún más a los malos de turno). El
esclavo Athelstan puede considerarse afortunado dentro de su
desgracia, ya que no es maltratado ni obligado a hacer algo que va
contra sus creencias.
En la sociedad vikinga,
donde la violencia estaba muy presente, eran frecuentes los juicios.
Cuando alguien cometía un delito, se presentaba el caso ante el
Thing, la asamblea de hombres libres que presidía el Jarl.
Contaban con un especialista que se sabía las leyes de memoria, el
recitador de leyes. Parece ser que por entonces imperaba la ley del
“ojo por ojo, diente por diente”. El destino del acusado dependía
mucho del delito que se le achacaba y de su condición social, pues
no recibía el mismo castigo un hombre libre (llamados carls)
que un esclavo (conocidos como thralls). Los hombres libres
podían llegar a acuerdos económicos o, en casos extremos, ser
desterrados por tres años. Pero los esclavos que cometían delitos
podían ser ejecutados sin ningún problema, a menos que el amo
pudiera compensar de alguna manera al agraviado.
Si había alguna duda,
siempre se podía recurrir a los dioses. En Vikingos hay una
especie de profeta que interpreta los designios de los dioses a
través de magia y hechicería. Es cierto que los vikingos recurrían
a la magia (el uso de las runas para adivinar el futuro) y tenían en
cuenta la suerte, pero eso no significa que lo dejaran todo al azar.
Con frecuencia se fiaban más de su propia experiencia a la hora de
tomar una decisión. Es destacable también que entre sus juegos
favoritos estuvieran el ajedrez, las damas, el tres en raya o el
Hneftafl (un juego del que no se conoce su funcionamiento).
En relación a los dioses
y lo mucho que eran tenidos en cuenta para cualquier actividad de la
vida diaria, la serie Vikingos nos ofrece una visión bastante
realista. En un capítulo, Ragnar y su pueblo viajan al gran templo
de Upsala, en Suecia, donde tendrá lugar una ceremonia para honrar a
los dioses. En esta ceremonia se hacen ofrendas, se reza ante las
estatuas de los dioses y se celebra una fiesta que deriva en una
vorágine de alcohol y sexo. Pero lo más brutal todavía está por
venir, ya que al día siguiente se hacen los respectivos sacrificios
a los dioses, entre los que había seres humanos. La documentación
nórdica atestigua que en Upsala, hombres y animales pendía de los
árboles del bosque sagrado, tal como se ve en la serie. Además,
recuerda mucho a unas estrofas del Hávamál o Canto del
Altísimo, un poema que recopila estrofas de mucha antigüedad. El
pasaje en cuestión, y que se recita en la serie, es este:
Sé que colgué del
árbol azotado por el viento
nueve noches
completas,
atravesado por la
lanza y a Odín entregado,
yo mismo a mí mismo.
Ningún hombre sabe
de qué raíces ha
nacido este árbol.
No me dieron pan, ni a
beber del cuerno;
miraba hacia abajo;
levanté las runas,
las subí bramando,
di de nuevo en tierra.
Ciertamente es un pasaje
bastante extraño. Probablemente en la época se comprendía su
significado, pero no ocurre lo mismo hoy en día, y en la serie no se
dan datos al respecto. Pero los estudiosos opinan que podría estar
describiendo una especie de prueba chamánica que Odín sufrió para
aprender magia esotérica. Hay elementos que podrían dar a
entenderlo: Odín era apodado “Dios de los Ahorcados”, la lanza
era su arma especial, era diestro en las runas y se creía que su
extraña escritura daba acceso a poderes sobrenaturales. Pero también
podría estar salpicado de elementos cristianos: Cristo colgando de
un elemento cruzado, atravesado por una lanza, torturado por la sed y
logrando la plena divinidad a través de su sacrificio. ¿Son dos
mitos distintos que se parecen? ¿O uno de los mundos ya había
invadido al otro? Probablemente nunca se sabrá.
Lo que de verdad importa
ahora es la forma en que los nórdicos montaban una de sus famosas
celebraciones. Después de un juicio resuelto, un sacrificio o una
expedición provechosa, se podía celebrar una fiesta. Todos queremos
saber cómo eran esas fiestas vikingas, e incluso daríamos lo que
fuera por estar en una. Pues es fácil recrearlas en la actualidad.
Tomaban asiento (la ubicación en la mesa era muy importante, cuanto
más cerca del anfitrión mayor honor), comían y bebían. Cuando
acababa la cena, retiraban los restos de comida y se dedicaban a
beber. Competían por ver quién aguantaba más, cantaban canciones
obscenas, fanfarroneaban, probaban su fuerza en combates cuerpo a
cuerpo, se lanzaban comida… El consumo de alcohol era tal que,
antes de empezar a beber, juraban no tenerse en cuenta lo que se
dijeran una vez éste empezara a mostrar sus efectos. Se bebía
cerveza casera en grandes cantidades y vino, que era muy apreciado,
además de licores de bayas y, como artículo de lujo, el famoso
hidromiel.
Pero las fiestas solo se
celebraban en momentos muy puntuales. Los vikingos estaban demasiado
ocupados con sus expediciones y saqueos. Una de las facetas que mejor
representa Vikingos es la de buenos guerreros. Y eso que no
aparecen los temidos Bersekers, unos guerreros profesionales
que gustaban de vestirse con pieles de lobo u oso. Algunos
historiadores creen que podían pertenecer a alguna especie de secta
en la que consumían alucinógenos para entrar en trance antes de
combatir sin descanso durante horas, gritando y aullando. Eran tan
peligrosos que durante la vida en tierra eran desplazados a los
bosques por el peligro que entrañaban para la comunidad.
Y después del combate,
era necesario celebrar algún que otro funeral. En Vikingos se
representa el funeral que a todos nos suena: el guerrero tendido en
un barco al que luego se le prende fuego. Pero estos funerales
estaban reservados a personalidades relevantes y especialmente
queridas o admiradas, e incluían sexo, alcohol, magia y muerte.
Conocemos estos funerales gracias a las crónicas de Ibn Falán, un
persa enviado por el califa de Bagdad al rey de los búlgaros en la
región del Alto Volga. Ibn Falán deja constancia de muchas
costumbres de los vikingos, algunas de ellas bastante repugnantes: su
escasa higiene (se sonaban los mocos en el agua de lavarse la cara y
que después iba a utilizar otro hombre) y su falta de pudor en las
promiscuas relaciones sexuales. También describe minuciosamente un
funeral vikingo.
Primero se enterraba el
cadáver y se buscaba entre las esclavas del difunto una voluntaria
que quisiera acompañarle al más allá. La esclava se pasaba los
siguientes diez días cantando, bebiendo y acostándose con los
hombres de confianza del difunto. El décimo día, se desenterraba el
cadáver y una anciana, el ángel de la muerte, lo vestía con ricos
ropajes. Entonces era llevado al barco, lo acostaban en una tienda
entre cojines, le dejaban bebida, armas y los restos despedazados de
su perro, sus caballos, dos bueyes, un gallo y una gallina. La
esclava es alzada y dice ver a sus padres y a su amo, que la llaman.
Subía al barco y, después de beber una copa de hidromiel, entraba
en la tienda con seis guerreros, con los que tenía una última
sesión de sexo, tras lo cual la anciana le clavaba un cuchillo
mientras dos hombres la estrangulaban con un cordón. Finalmente, un
pariente el difunto, se desnudaba y caminaba de espaldas hasta el
barco y le prendía fuego. Para terminar, se tallaba un poste con el
nombre del difunto y de su rey y, a continuación, se emborrachaban.
Este sería el funeral de funerales, por llamarlo de alguna manera;
en general, la costumbre funeraria más extendida entre los vikingos
de a pie era el enterramiento.
Y hasta aquí por hoy.
Como veis, he procurado no destriparos nada de Vikingos y me
he limitado a hacer una pequeña extrapolación entre la acción de
la serie y la historia documentada. Espero haber aclarado algunas
cosas, asombraros por otras y, ojalá, despertar vuestro interés por
si queréis ver la serie y darle una oportunidad.