jueves, 26 de septiembre de 2013

Lo fácil que es el olvido


A veces me quedo sorprendida de la facilidad que tiene el ser humano para olvidar las cosas. No se trata de olvidarse del móvil en casa después de marcharte a trabajar, u olvidarse de devolverle un pintauñas a tu mejor amiga. Me refiero a cosas un poco más graves, por decirlo de alguna manera. ¿No me entendéis? Un ejemplo: Imagina que tú entras en un sitio tranquilamente y allí te encuentras con una persona a la que hacía mucho tiempo que no veías. Sin embargo, lejos de alegrarte, a tu cabeza vienen de repente los recuerdos que esa persona implantó en tu mente de forma imborrable. Y no son precisamente recuerdos muy agradables. Esa persona te insultó en el pasado, se mofó de ti, te hizo la vida imposible. Sin embargo, tú ves cómo se acerca a ti y empieza a hablarte como si tal cosa, como si fuerais colegas de toda la vida.
 
 
Pues eso es lo que me ha pasado a mí esta semana.
 
 
El otro día fui a la escuela de idiomas de mi ciudad. Como no tengo trabajo y considero que algo hay que hacer mientras tanto, el año pasado empecé a estudiar alemán. Este año he reincidido y, además del alemán, me he metido a mayores en inglés, a ver si me saco el B1 de una vez.
 
 
El hecho de tener la escuela de idiomas tan cerca de mi casa aporta muchas ventajas. Una de ellas es que no hace falta ir en coche o en transporte público, porque está a cinco minutos a pie. También me gustan sus horarios, aunque me ha costado un poco compatibilizarlos para tener tiempo para mí y el curso on-line al que me he apuntado. Otra cosa buena es que también viene conmigo mi mejor amiga, así que es una ventaja porque damos las mismas cosas y si una de las dos no puede venir a clase, la otra le trae los apuntes o le explica lo que se hizo en clase.
 
 
Pero también tiene su parte negativa. Y es que, al vivir en una ciudad pequeña, es inevitable reencontrarse con personas de muy diversa calaña. A esto hay que sumar que la crisis ha traído de vuelta al hogar a muchos que se habían marchado, por lo que a veces uno se encuentra con personas a las que desearía no volver a ver nunca. Y estas personas parece que han tenido la misma idea de ponerse a estudiar un idioma mientras no hay trabajo.
 
 
Ya sabéis por dónde van los tiros, ¿no?
 
 
Estaba yo tranquilamente con mi amiga en la escuela de idiomas, sentadas las dos en un sillón esperando a que llegara el profesor de alemán y empezara la clase, cuando apareció una chica que, por decirlo de un modo conciliador, me molestó cuando yo iba a primaria. Me sorprendió mucho verla allí, pues imaginaba que se había marchado a otra ciudad. La cara que se me quedó al verla debió de ser sumamente cómica, porque me quedé estupefacta. Pero más sorprendida me quedé cuando ella, con una tranquilidad pasmosa, se sentó muy sonriente a nuestro lado y empezó a hablar con amabilidad e incluso con dulzura.
 
 
A todo esto, por mi cabeza pasaba la siguiente pregunta: ¿Pero de qué coño va esta tía? Porque no me parece lógico que te pongas a hablar con una persona a la que insultaste repetidas veces siendo niña. ¿Qué ha pasado ahora? ¿Es que se ha olvidado de las cosas que me dijo? Porque yo no me he olvidado y, gracias a otras personas como ella, no me olvidaré nunca. Ella fue una de las que me insultó y apartó de su lado cuando yo solo quería jugar y hacerme amiga suya. Ella me llamó muchas cosas, me trató con desprecio, se mofó de mí sin que yo le diera motivos.
 
 
Pero hete aquí que ahora es una chica súper simpática, que viene a contarme su vida y a preguntarme cosas de la escuela de idiomas mientras sonríe. ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo? ¿Debo sonreír también y hacer los típicos comentarios superficiales? ¿O debo volver la cabeza para no mirarla porque corre el riesgo de que le escupa a la cara? Me fastidia que la gente haga eso. Me jode que la gente que me martirizó de niña ahora muestre su cara más amable. Como si nunca hubiera pasado nada. Eran cosas de niños, ¿no?
 
 
Sinceramente, me alegro de que esa tía no esté en mi curso. No sé si sería capaz de soportarla nueve meses enteros. Además, sería capaz de venir a pedirme apuntes, y yo soy de las que piensa que al enemigo, ni agua. Algunos creen que me estoy pasando un poco; supuestamente, el pasado se quedó atrás y no se puede cambiar. Hasta están los que opinan que las personas que me molestaron han crecido, han cambiado, han madurado, y seguro que ahora son buenas personas.
 
 
¿Mi respuesta? Me importa un carajo lo buenas personas que sean. Por mí pueden ser mejores que la Madre Teresa de Calcuta. Lo que me hicieron vivir no lo podrán cambiar ni sus sonrisas ni sus palabras melosas. Que no se me acerquen con la cabecita agachada, porque eso conmigo no funciona. En mi vida no hay lugar para ellas. No tengo ganas de darle el privilegio de mi amistad a seres que fueron tan bajos. Tuvieron su oportunidad; ahora, ajo y agua. Como siempre digo, yo no me mezclo con gentuza.
 
 

viernes, 20 de septiembre de 2013

Kumari, el precio de la divinidad


Desde siempre, el ser humano ha sentido la necesidad imperiosa de venerar a uno o varios dioses. Antiguamente, los dioses eran la respuesta a fenómenos tan comunes como la lluvia, el trueno, el cambio de las estaciones, el día y la noche, y las enfermedades. Con el paso del tiempo, los dioses se convirtieron en representantes de los aspectos más habituales del ser humano: dioses que son reyes, dioses que protegen las artes, la medicina, la caza, los partos... El paso de una sociedad politeísta a una monoteísta trajo unos cambios sustanciales a la hora de concebir a Dios, Alá o Yahvé. Para los creyentes, es el Dios Único, el Creador de todo lo que conocemos y lo que nos queda por conocer. Dios es el camino que hay que seguir para alcanzar la vida eterna cuando llegue el fin de los tiempos. Quienes tienen fe en Él, hayan consuelo para sus penas y felicidad en sus corazones, pues Dios es, ante todo, amor.

No voy a hacer disquisiciones teológicas, más que nada porque no es el objeto de esta entrada. Como atea, entiendo el culto y la fe de los creyentes, pero no la comparto. Es curioso que, en ocasiones, el dios a quien se le rinde culto sea tan inaccesible y a veces, incluso, está oculto a la vista del ser humano. Supongo que eso se debe a que se trata de una divinidad a la que solo se puede acceder mediante el corazón (en el caso de las religiones monoteístas); cuando se trata de varios dioses, el hombre se ha esforzado en ponerle rostro y forma. Es habitual que, al ser vistas desde el punto de vista del hombre, las divinidades sean antropomorfas (una especie de excepción sería el panteón egipcio, donde los dioses tienen cabezas de animales o siempre adoptan forma de animal).

Visto así, parece un poco más lógico lo que se da en Nepal. Algunos ya sabréis a qué me estoy refiriendo: estoy hablando del culto que se le rinde a la Kumari, la niña diosa.

Pero, ¿quién es la Kumari? La Kumari, también llamada Kumari Devi es el nombre que reciben en Nepal y la India las niñas que dan muestras de poseer energía divina en su interior. La palabra Kumari, que deriva del sánscrito Kaumarya (virgen), hace referencia a las niñas solteras de Nepal, a algunas lenguas de la India, y al nombre de la diosa Durga cuando era niña.

En Nepal, la Kumari es una niña que todavía no ha llegado a la pubertad, elegida entre los miembros de la casta Sakya o Bajracharya. La Kumari es adorada y reverenciada tanto por hindúes como por budistas nepalíes, aunque eso no ocurre con los budistas tibetanos. Aunque hay muchas Kumaris a lo largo y ancho de Nepal, y en algunas ciudades incluso hay varias, la más conocida es la Kumari de Katmandú, que vive en un templo en el centro de la ciudad. La sigue en importancia la Kumari de Patan.

El culto a la Kumari es relativamente reciente en Nepal, pues data del siglo XVII, mientras que la existencia de la Kumari-Puja (venerada en la India) es de hace unos 2300 años. Se cree que el culto podría haber penetrado en Nepal alrededor del siglo VI, pero las fuentes escritas más antiguas que se conservan datan del siglo XIII.



La Kumari, una diosa viviente

Hay muchas leyendas que relatan cómo empezó a darse el culto a la Kumari. La mayoría de las historias hablan del rey Jayaprakash Malla, último rey nepalí de la dinastía Malla. De acuerdo con la leyenda popular, una serpiente roja entró una noche en los aposentos del rey mientras jugaba a los dados con la diosa Taleju. La diosa prometió volver todas las noches para jugar con él, con la condición de que no le hablara a nadie de sus encuentros. Pero una noche, la esposa del rey lo siguió a su habitación para averiguar con quién se encontraba tan a menudo. La reina vio a la diosa, y Taleju se enfureció. Le dijo al rey que, si quería volver a verla o seguir contando con su protección para el reino, tendría que buscarla en la comunidad Newari (casta Sakya), ya que iba a reencarnarse en una niña de la casta de los orfebres. Esperando compensar a su protectora, el rey Jayaprakash Malla abandonó el palacio para buscar a la niña poseída por el espíritu de Taleju.

Otra historia, muy similar, habla del rey Trilokya, que cada noche era visitado por la diosa Taleju en su habitación para conversar y jugar a los dados. Taleju solía presentarse con la forma de una mujer de gran hermosura. Una noche el rey, cansado de los juegos de azar, intentó poseerla. Taleju, ofendida, huyó. Pero volvió a la noche siguiente, presentándose en sueños al monarca para avisarle que regresaría en el cuerpo de una niña de otra religión y de la casta de los orfebres, considerada por entonces como impura, para que el rey no pudiera acercarse a ella.

Aun hoy, cuando una madre sueña con una serpiente roja significa que su hija será elevada a la posición de Kumari. Y cada año, el rey de Nepal solicita la bendición de la Kumari en el festival de Indra Jatra.

Diosas, reencarnaciones, leyendas… La diosa Taleju se manifiesta continuamente a sus fieles a través de una niña de pureza intachable. Pero, ¿cómo se sabe que es la elegida? El ritual de selección recae en varias personalidades religiosas y espirituales: cinco sacerdotes budistas Vajracharya, el Real Sacerdote, el Sacerdote de Taleju y el Astrólogo Real. El rey y otros líderes religiosos pueden participar en el proceso de elección, o son informados de los pormenores.

Las niñas seleccionadas pertenecen a la casta Sakya (la casta a la que pertenecía Buda) y deben tener buena salud, no haber sangrado nunca, no tener cicatrices o arañazos, y no haber perdido ningún diente. Las niñas que pasen esta primera prueba, deberán tener también las treinta y dos perfecciones de la diosa, las cuales hacen referencia a animales o vegetales: el cuello como una caracola, el cuerpo como el de un árbol Banyan, las pestañas de una vaca, los muslos de un ciervo, dientes en forma de semilla de pepino, orejas de Buda, el pecho de un león, la voz dulce y clara como la de un pato… Además, debe tener el cabello y los ojos negros, los pies proporcionados y órganos sexuales pequeños y bien recogidos.

También se deben observar otros signos en las niñas, como la bravura y la serenidad. Sus cartas astrales son examinadas para asegurar que coinciden con la carta astral del rey; es muy importante que no haya signos adversos, ya que la Kumari tiene que confirmar la legitimidad del rey cada año que dure su divinidad. Las familias de las niñas también son examinadas en cuanto a su devoción y piedad hacia el rey.



Niña diosa

Cuando los sacerdotes elijan a una candidata, la someten a la prueba de valor para asegurarse de que posee las cualidades necesarias para ser el cuerpo viviente de Taleju. La prueba del valor tiene lugar en la noche de Kalratri, cuando se sacrifican 108 búfalos a la diosa Kali. La niña candidata es llevada al templo de Taleju por la noche y encerrada en su interior, donde están expuestas en la penumbra las cabezas de las reses sacrificadas. Si la niña realmente posee las cualidades de Taleju, no mostrará signos de temor durante la experiencia.

La última prueba consiste en que la niña pasee entre una serie de objetos y escoja los que hayan pertenecido a la anterior Kumari. Si lo consigue, no cabe duda de que es la elegida.

Una vez haya sido elegida la Kumari, debe ser sometida a un ritual de purificación antes de convertirse en el receptáculo de la diosa Taleju. La niña debe soportar una serie de rituales tántricos secretos para limpiar su cuerpo y su espíritu de experiencias pasadas. Cuando se completen los rituales, Taleju entra en ella y se presenta como la nueva Kumari. Se la viste y maquilla como la diosa y es llevada al templo de Taleju, donde pasará el resto de su vida como divinidad.



Única salida de la Kumari al exterior

La vida de la niña cambia radicalmente después de convertirse en diosa. No puede salir del templo en el que vivirá como diosa. Su familia apenas podrá visitarla, porque para ello necesitan un permiso especial. Siempre irá vestida de rojo y llevará pintado en la frente el tercer ojo, con el que puede ver más allá de lo que los mortales alcanzan a distinguir solo con dos. Tanto el ojo como las pulseras y brazaletes que adornan sus brazos y sus tobillos tienen la función de alejar a los malos espíritus. Sobre una bandeja con ofrendas apoyará sus pies descalzos y empolvados de rojo.

El poder de la Kumari se manifiesta a través de sus emociones. A la niña no se le permite reír ni hablar demasiado, ni siquiera durante las audiencias con sus fieles. Los habitantes de Katmandú acuden a visitarla para curar sus enfermedades o para pedirle dinero y prosperidad. También es visitada por burócratas y altos funcionarios del gobierno que le traen regalos y ofrendas que la Kumari recibe en silencio. Al presentarse ante ella, hay que besarle los pies en señal de devoción. Durante las audiencias, la Kumari es observada cuidadosamente para interpretar sus emociones, ya que en ellas se manifiestan las predicciones de la diosa: Si llora o se frota los ojos, significa una muerte inminente; si se ríe con fuerza o solloza, augura una grave enfermedad; si da palmas, significa que hay razones para temer al rey; si toma comida de las ofrendas, anuncia pérdidas de dinero. La actitud idónea de la niña diosa ha de ser la misma que la de una estatua: seria, hierática, silenciosa.

Consentida, pero prisionera. Para ser una diosa hay que pagar un alto precio. La familia debe evitar que la Kumari llore o se enfade, y esto implica cuidarla en exceso y consentir todos sus caprichos. Recibe regalos de sus seguidores y es mirada con veneración, pero le está prohibido abandonar su templo. Solo durante las festividades que preside se muestra en la calle, y lo hace sobre un palanquín para que sus pies no toquen el suelo, y el único camino que recorre es hacia el santuario consagrado en su honor.

La Kumari tampoco va al colegio, aunque cuenta con tutores que la instruyen en su deber espiritual. Tampoco tiene mucho contacto con otros niños de su edad. Los juegos en los que corra el riesgo de caerse y sangrar le están prohibidos, por lo que pasa mucho tiempo jugando con muñecas o viendo la televisión. La mínima raspadura acaba con su reinado y, por consiguiente, con los donativos de los fieles y la pensión que recibe del Estado. Sigue una dieta estricta y recibe un cuidado especial para que sus dientes de leche caigan cuando los definitivos ya estén bien desarrollados. La llegada de la menstruación, o cualquier otra causa que implique sangrado, pone fin a su vida divina y la convierte en una más entre las adolescentes de su edad. Regresa a la vida normal sin haberse preparado para ello.



La diosa en su trono

Los padres, que probablemente se sentían honrados por tener una hija elegida, se encuentran con una adolescente poco instruida y acostumbrada a que se lo den todo hecho. Si el momento del desarrollo es duro para cualquier adolescente, lo es mucho más para la Kumari, que no solo ingresa en el mundo de los adultos, sino que también lo hace en el de los mortales.

Pero las dificultades no terminan aquí, porque cuando llegan a la edad de casarse hay otra leyenda que las está esperando: casarse con una mujer que fue Kumari trae mala suerte. La diosa Taleju se enamoró de un demonio, cosa que no agradaba a los otros dioses, que la obligaron a acabar con el hombre que amaba. Taleju cedió y envenenó a su amante, pero le juró fidelidad eterna. Y esa frase se convirtió en una promesa endemoniada ya que, cada vez que aparezca un hombre en la vida de la mujer diosa, el espíritu del demonio vendrá para acabar con él y hacer que cumpla su promesa. Por eso abundan las historias de pretendientes de ex Kumaris muertos en extrañas circunstancias, pero no deja de ser una leyenda urbana. Si las muchachas no pretenden que sus maridos las adoren como cuando fueron diosas, es probable que lleven una vida normal.

Europa con sus princesas tristes, y Nepal con sus diosas solas. Poco cambian las cosas, a pesar de tratarse de culturas tan diferentes. Posiblemente la mejor suerte esté de parte de la mayoría, del pueblo humilde que sueña con la gloria y la divinidad, aunque piense que nunca se le cumplen los sueños.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Series de dibujos animados que me hicieron llorar


Seguro que más de una vez os habéis parado a pensar en los dibujos animados que hay en televisión hoy en día. Es más, los que tenéis niños pequeños en casa fijo que os habéis tragado más de un episodio de los dibujos que amenizan las tardes de los más jóvenes: Que si Bob Esponja, que si Pokémon, que si Fan Boy y Chum Chum, que si Los Padrinos Mágicos... Ciertamente, hay una gran variedad de dibujos animados que cumplen con el objetivo para el que fueron creados: entretener.

Sin embargo, y a riesgo de sonar viejuna por lo nostálgico, me parece que los niños de ahora han perdido algo al no ver dibujos como los que veíamos antes. ¿Quién no ha disfrutado de la entretenida sabiduría de Érase una Vez? ¿Cuántos recordáis con cariño el Club Disney, que nos deleitó con dibujos como El Pato Darwing, Doug o Pepper Ann? ¿A que muchos os acordáis aún de la melodía de La Aldea del Arce? Y eso sin mencionar las numerosas películas Disney, cuyo auge en los 90 fue notorio, dándonos joyas animadas que quedarán en nuestra memoria por toda la eternidad.

Por supuesto, tampoco me olvido de los clásicos dibujos animados. ¿Y qué entiendo por clásicos? Pues los que ya veían nuestros padres en su tierna preadolescencia: Heidi, Banner y Flappi, Mazinger Z y otros tantos que sería imposible poner aquí. Aquellos dibujos tenían sus imperfecciones, no lo niego, pero me parece que también ofrecían algo que hoy parece perdido. Nos hacían pensar a la vez que disfrutábamos. Conseguían que unos niños pequeños se plantearan multitud de cosas. Despertaban en nuestros corazones infantiles sentimientos de amor, odio, adrenalina, humor... Incluso nos hacían llorar.

Y de esto trata precisamente el ranking de hoy. Después de mucho recordar series de antaño, he decidido hacer un TOP 4 de grandes series que vi de niña y que me hicieron llorar como una magdalena. No quiero decir que estas sean las mejores o las peores; de hecho, es posible que se me escapen series de dibujos muy buenas. Pero, como siempre, esta es mi opinión y acepto sugerencias de todo tipo.

Estas son las cuatro series de dibujos animados más lacrimógenas de mi infancia:



4) Marco, de los Apeninos a los Andes




Es evidente que esta serie tenía que estar en la lista, porque las lágrimas que dio de sí serían suficientes para llenar un embalse. Marco es una serie de anime basada en el relato que lleva su mismo nombre, escrito por Edmundo de Amicis. La serie fue emitida en Japón en el año 1976 y más tarde en España, donde las aventuras del niño genovés alcanzaron una fama tan solo superada por la entrañable Heidi. La serie finalizó después de 52 capítulos, aunque se repuso varias veces en Televisión Española, Antena 3 y Telecinco.

La historia de Marco es sobradamente conocida por todos. Marco es un niño trabajador y generoso que un día recibe la noticia de que su madre debe ir a Argentina a conseguir dinero para mantener a la familia. Durante un año, parece que las cosas van bien. Pero al cabo de un tiempo, Marco deja de recibir noticias de su madre y decide, desesperado, emprender un largo viaje hasta Argentina para ir a buscarla. Es entonces cuando empiezan sus aventuras y penurias, aunque en su viaje no le faltarán amigos que le ayudarán en su búsqueda.
 
Aunque es una serie destinada al público infantil, en Marco se trataban temas tan fuertes y duros como el clasismo, la xenofobia o los problemas para encontrar un trabajo. Marco es un niño que tiene que abandonar sus estudios, trabajar y embarcarse en un viaje lleno de peligros para ir a buscar a su madre desaparecida. Aunque su dramatismo es muy alto, no se puede negar que tiene un contenido muy educativo; nadie mejor que Marco para demostrar a los niños que la vida puede ser muy dura y que hay que procurar luchar contra la adversidad sin importar las dificultades que haya.

Marco es una serie que todo el que la haya visto no la olvidará fácilmente. Si Heidi nos hacía sonreír y conseguía hacernos felices por todo, Marco nos hacía reflexionar profundamente y conseguía que las lágrimas aflorasen casi sin esfuerzo. Y es que Marco representa ese amor incondicional que un hijo siente por su madre, un amor tan fuerte que ni la distancia puede romperlo. Ése es precisamente su encanto, pues hizo que miles de niños pensaran en lo fuertes que podían ser los lazos que unen a una madre y su hijo. Por suerte para los jóvenes espectadores, esta serie tiene un final feliz que todos recordamos con emoción.
 
En fin, que es una serie magnífica y muy emotiva. Quien no haya llorado viendo Marco es que no tiene corazón, ni infancia, ni nada.


3) Candy Candy




Candy Candy es una entrañable serie japonesa basada en un manga de enorme popularidad escrito por Kyoko Mizuki y dibujado por Yumiko Igarashi. La serie fue emitida por primera vez en la década de los 70, aunque alcanzó su nivel más alto de popularidad en los años 80. Al tener una estructura de "telenovela dramática", cada capítulo continuaba al anterior. La serie finalizó en el año 1979 con la friolera de 115 episodios.
 
La historia de Candy Candy nos lleva hasta el año 1898, a un orfanato situado en la Colina Pony. Allí es donde vive Candy White, una huerfanita que, a pesar de las duras pruebas a las que la somete la vida, siempre sonríe y se muestra positiva. Al final es adoptada por una familia de snobs que la desprecian y la relegan a la condición de sirvienta, pero Candy consigue el apoyo de sus vecinos Archie y Alistaire, así como del primo de éstos, Anthony. A partir de aquí, empieza una larga y dramática historia que se cerrará con el regreso de Candy a sus orígenes y su reencuentro con el Príncipe de la Colina Pony.
 
A pesar de estar dirigida a un público infantil, Candy Candy trataba temas que no eran muy adecuados para los niños. Con esto me refiero a las continuas desgracias que le ocurrían a Candy o a algunos amigos suyos. Sirvan como ejemplo la muerte de Anthony, la muerte en combate de Alistaire o Susana, la actriz que pierde una pierna al tratar de salvar a Terry. También podíamos encontrar matrimonios sin amor, la dura estratificación social de la época o los maltratos a una niña.
 
Sin embargo, aunque muchos la tildaron de cursi y ñoña, me parece que es una serie preciosa. A veces era dura y otras veces se pasaba de melodramática, pero no se puede negar que te emocionaba hasta lo más profundo. Fijaos la pasión que generó, que en Francia se llegaron a escribir novelas que continuaban la historia de Candy (sin que sus autoras tuvieran nada que ver con ello), y en Italia se utilizaron imágenes de la propia serie para cambiar el final y crear otro que estuviera acorde con los gustos de los fans.

Una magnífica serie con la que disfruté riendo y llorando.


2) Los Miserables




Esta es una serie prácticamente desconocida en España. Fijaos si es desconocida que he tardado tres días en encontrar la información, y la he conseguido mirando la Wikipedia en francés. Los Miserables es una serie francesa de 26 episodios que narra, de manera un poco libre, los sucesos de la novela homónima de Victor Hugo. Se emitió por primera vez en 1992 y aquí los gallegos hemos tenido la suerte de verla en la TVG en el año 1993. Si hay alguien que esté interesado en verla, que sepa que no he encontrado la serie por ninguna parte, aunque en YouTube aparecen algunos fragmentos de la serie en francés.

Cosette, una niña de 8 años, trabaja como sirvienta en la posada de los Thénardier, que se dedican a explotarla y maltratarla cuando no tratan de aprovecharse de los viajeros. Los únicos amigos de Cosette son Amiral, un perrito que encuentra en la calle, y el pilluelo Gavroche, junto al que quiere ir a buscar a su madre a París. Sin embargo, cuando ya están a punto de fugarse, unos gendarmes se llevan a Gavroche y devuelven a Cosette con los Thénardier. Una noche en que la obligan a atravesar el bosque para ir a buscar agua a la fuente, Cosette se encuentra con un hombre desconocido que la defiende frente a los Thénardier y sus hijas. Se trata de Jean Valjean, un antiguo presidiario que lleva tiempo buscando a Cosette para cumplir la promesa que le hizo a Fantine, la madre de la niña.

Al estar destinada a los niños, la serie difiere un poco de la novela. Se centra sobre todo en Cosette, cuando en el libro el protagonista era Jean Valjean. Tampoco Gavroche era tan amigo de Cosette; de hecho, en el libro nunca se encuentran. Pero todo eso carece de importancia, porque lo verdaderamente impresionante es seguir las aventuras de Cosette; o debería decir desventuras, porque la pobre Cosette lo pasa fatal. Los Thénardier son tan despreciables como en la novela y se lo hacen pasar muy mal. A mí me dolía en el alma ver sufrir tanto a Cosette, y lloré mucho de niña al ver la serie. La escena que más me impresionó fue cuando Jean Valjean compra una preciosa muñeca para Cosette y ella la recibe con gran alegría. Devastador.

Es una pena que no se volviera a emitir ni se le diera la publicidad que merecía, porque creo que era una serie muy bonita. ¡Hasta a mi madre le gustaba! Por desgracia, quedó relegada al más profundo olvido y no trascendió. Una lástima, de verdad.


1) El Perro de Flandes (Mi amigo Patrasche)




Y, para finalizar, la serie que me derrumbó por completo. El Perro de Flandes está basado en el cuento del mismo nombre escrita por Marie Louise de la Ramée. Existen varias versiones animadas de esta historia; esta en cuestión es del año 1992 y fue dirigida por Keiji Kodama. Se cerró con 26 episodios y aquí pudimos verla en algunos canales de la televisión digital

Nello es un chico huérfano que vive con su abuelo en un pequeño pueblo de Flandes, a quien ayuda a transportar y vender leche. Un día, Nello encuentra un perro malherido al que llama Patrasche. Gracias a los cuidados de su abuelo, el perro se recupera de sus heridas, y desde entonces Nello y Patrasche serán amigos inseparables.

La serie es tan dramática y melancólica que es imposible no llorar al verla. Las aventuras y vicisitudes de Nello, un niño sufrido y perseverante, están narradas con una elegante fluidez y una estimable narrativa. A todo esto hay que añadir el efecto que ejerce la música, triste en muchas ocasiones, llegando a su apogeo en el tremendo desenlace de la historia, que no deja indiferente a nadie. Y es que la historia de Nello y su fiel Patrasche lleva a unos derroteros en los que se intuye la desgracia a kilómetros. A Nello todo le sale mal, y da igual lo que haga o el empeño que ponga en salir adelante: las circunstancias son tan complicadas que no consigue salir adelante. Solo al final, cuando ya nada importa, consigue ver las pinturas de Rubens que tanto ansiaba contemplar.

El Perro de Flandes es una historia que, a pesar de su dramatismo, es muy bonita. Hace hincapié en la amistad entre un niño y su perro, que es un soplo de aire fresco en medio de tantas injusticias y desgracias. El inconveniente es que los acontecimientos finales se suceden con demasiada rapidez, pero en su conjunto resulta ser una serie encantadora, preciosa y conmovedora. Y, sobre todo, inolvidable.

Si queréis ver una historia realmente triste, de esas que os hacen llorar sin remedio, esta es la elección más adecuada. Las demás no son nada comparadas con El Perro de Flandes.



Y hasta aquí este top 4 de series lacrimógenas. Espero que os haya gustado, que hayáis recordado vuestros años infantiles y que ahora, al final del ranking, volváis a tener una lagrimilla asomando en vuestros ojos mientras tratáis de ahogar ese llanto nostálgico que también me está saliendo a mí.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

A furore Normannorum, liberanos Domine!



Año 793, Monasterio de Lindisfarne, Reino de Northumbria

En el scriptorium del monasterio, un joven monje trabaja con dedicación sobre un manuscrito que debe iluminar mojando el pincel en diversas pinturas de llamativos colores. De pronto, un sudor frío le recorre el espinazo. Algo ha llamado su atención. Se acerca a la ventana del scriptorium con el alma en vilo, alterado por el murmullo de un terror que no alcanza a identificar. Los latidos de su corazón le golpean el pecho con fuerza, como si en su interior habitara un ser que quisiera huir cuanto antes. Los dedos del monje buscan, temblorosos, el crucifijo que pende de su cuello y se aferran a él en una muda oración suplicando paz y protección.

Pero lo que está a punto de suceder escapa a la comprensión del joven que ha crecido en el monasterio. Un barco de poco calado se acerca a toda velocidad a la playa, empujado por un próspero viento que hincha su única vela rectangular. Es una nave pequeña y estrecha, pero resistente. Los remos la impulsan en dirección a la playa con una fuerza que el monje nunca había visto en otro ser humano. Pero lo que realmente congela el corazón del joven es la cabeza de dragón que adorna el tajamar del barco, confiriéndole el aspecto de una bestia salida de las mismísimas fauces de Satanás.

El barco encalla en la arena. Y del interior empiezan a salir hombres gigantescos de cabello rubio, fornidos como osos, armados con espadas de doble filo, hachas y escudos redondos. Sus caras están pintadas de manera que resulten más aterradoras. Pero es en sus ojos donde se lee lo que el monje y sus hermanos están a punto de descubrir.

El horror. La sangre. La muerte.

Las frágiles puertas del monasterio no son rival para el enemigo llegado del norte. Las hachas destrozan cada barrera que se atraviesa en su camino, y el monje comprende que está atrapado en lo que antes consideraba un hogar seguro para su cuerpo y su alma. Desesperado, implora a Dios que tenga misericordia. Mientras, es testigo de la brutal muerte de los monjes con los que ha crecido y vivido desde que tenía uso de memoria.

Y es que los guerreros del norte no muestran respeto ni piedad. Matan indiscriminadamente a los más ancianos y se ceban con los más jóvenes. Por donde pasan no queda nada en pie: mesas volcadas, bancos destrozados, diversos utensilios desparramados como si fueran objetos inútiles… Los valiosos manuscritos en los que el joven monje trabajaba son utilizados ahora como combustible para el fuego o como paño para limpiar la sangre que mancha sus rostros belicosos. Las santas reliquias, regalo del Señor, son robadas por manos codiciosas que solo ven en ellas oro, plata y piedras preciosas. El monje comprende que el fin ha llegado cuando un inmenso guerrero alza su hacha para partir en pedazos el crucifijo de madera que pende de la pared del altar, en un acto sacrílego difícil de concebir.

Pero lo que acaba de vivir es solo el principio. Azotado, maniatado y humillado, el monje se convierte en un indigno esclavo cuando tan solo unos instantes atrás era un siervo del Dios de las alturas. Unos minutos han sido suficientes para despojarlo de su inocencia y mostrarle la cara más dura de la realidad de su tiempo.

Pues aquella era la primera tropelía de las muchas que iba a presenciar a lo largo de su vida.


No está mal, ¿eh? Esta es una interpretación libre de una de las escenas más vistas del primer capítulo de Vikingos, la nueva serie a la que me he viciado; lo único que he hecho ha sido darle un toque más trágico y novelesco (deformación profesional, supongo).

Vikingos es una serie dirigida por Michael Hirst (que también dirigió Los Tudor) y producida por el Canal Historia y, como es lógico, detrás de cada uno de sus nueve episodios se esconde un amplio y minucioso trabajo de documentación que se refleja en todos los aspectos, desde las casas de los granjeros a los más pequeños utensilios, pasando por sus creencias, leyes y descubrimientos. Imaginad que cogéis un manual de Historia sobre los vikingos y le añadís un argumento sencillo y unas gotas de grafismo televisivo: Ahí tenéis la receta para Vikingos. Cualquier amante de la Historia debería echarle un vistazo, porque creo que vale la pena.

No voy a decir que la serie es perfecta, pero no está nada mal. Se le puede achacar un argumento un poco simple de más, ya que por el momento no se sale del cliché de los vikingos bárbaros y violentos que se dedicaban a ir de un lado para otro saqueando y matando. Algunos personajes secundarios no están muy bien perfilados o resultan un poco sosos, aunque puede que todavía sea pronto para lanzarse a opinar. Algunos de los que han visto la primera temporada se han sentido decepcionados porque esperaban encontrar un segundo Juego de Tronos y esto ni se le acerca. Y yo digo: ¿Y por qué esperabais otro Juego de Tronos? Son dos series completamente distintas. Una está sacada de una novela río, y la otra es una serie con trasfondo histórico. No mezclemos churras con merinas, por favor.

Lo que me gustaría hacer hoy es hablar de los vikingos utilizando la propia serie como apoyo, pues me he dado cuenta de que hay mucha gente que no se ha adentrado en el mundo de los guerreros nórdicos más que para examinar su rica mitología. El pueblo vikingo escondía mucho más debajo de esos cascos que, digámoslo de una vez, nunca llevaron cuernos. ¿Queréis averiguar un poco más? Seguid leyendo (y tranquilos, que NO HAY SPOILERS).




El comienzo de Vikingos no puede ser más revelador. En medio de un campo sembrado de cadáveres, se impone la imagen de un guerrero llamado Ragnar Lothbrok (Travis Fimmel), que observa con un atisbo de sonrisa el resultado de la masacre que él y los suyos han llevado a cabo. Las almas de los guerreros caídos en combate ascienden al Valhalla bajo la atenta mirada de un cuervo, mero espectador o quizá un mensajero de Odín. Ya desde el minuto uno sabemos en torno a qué va a girar la historia: la belicosidad de los guerreros nórdicos. Y hay que añadir que, aunque esa mala imagen tenía un trasfondo de verdad, tampoco era para tanto. Es necesario, pues, buscar el término medio.

Antes de seguir, es preciso aclarar qué entendemos por “vikingo”. Pese a dar nombre a la serie, en ningún momento se pronuncia esa palabra, lo cual es muy acertado, porque ellos mismos no se referían a sí mismos como vikingos (dependiendo de la zona que habitaran había Varegos, Rus, etc.). Aunque es una cuestión que continúa en estudio, hay quien encuentra correlación entre la palabra vikingo y vicus, que en latín significaría “centro comercial”. Para otros estudiosos, el origen vendría del término noruego vík (“bahía” o “fiordo”) o del inglés antiguo wic (“asentamiento comercial fortificado”). Lo que parece claro es que “vikingo” sería aquel que se encontraba en mitad de una campaña matando y saqueando.

La edad dorada de los vikingos se dio entre el año 800 y el 1100 aproximadamente. Aunque nunca formaron un Estado único como, por ejemplo, los romanos, su asentamiento se encontraba en la península escandinava y en lo que ahora conocemos como Dinamarca. Pero la escasez de tierras y alimentos, la mejora en la producción de hierro y la necesidad de nuevos mercados hicieron que se expandieran por las islas Feroe, Irlanda, Inglaterra, Islandia… Incluso es muy probable que llegaran al continente americano alrededor del año 1000. Es decir, que desde un primer momento fueron exploradores y colonizadores.

Desde el principio fueron temidos, y parece ser que con razón. Irrumpieron en el mundo a golpe de hacha y no respetaron absolutamente nada, ni siquiera las propiedades de la Iglesia ni a sus representantes. De hecho, se toma como referencia de su crueldad el saqueo al monasterio de Lindisfarne (en el antiguo reino de Northumbria) el 8 de junio del año 793. La descripción del ataque incluye el robo de reliquias, el asesinato de monjes y la captura de los supervivientes para convertirlos en esclavos, lo que demostró al resto del mundo conocido que los guerreros nórdicos eran dignos de temer.




En la serie, después de un peligroso viaje rumbo al oeste, asistimos al asalto vikingo al monasterio de Lindisfarne, donde los monjes apenas hacen nada por defenderse. Ragnar ordena que saqueen todo lo que parezca de valor y que maten si es necesario. Muchos monjes mueren, incluso aquellos que intentaban esconderse para escapar de tan cruel destino. Pero hay uno que se salva: el joven Athelstan (George Blagden), quien la noche anterior había compartido con el padre Cuthbert sus temores por la profecía de Jeremías en la que se anuncian males sin fin. Athelstan consigue salvar el pellejo cuando Ragnar descubre que sabe hablar en su idioma, lo que le parece interesante. ¿Por qué un monje que había nacido y crecido en Britannia conocía un idioma que le resultaba tan ajeno? Athelstan responde que habla en su lengua porque uno de los preceptos del Cristianismo es dar a conocer la palabra de Cristo a lo largo y ancho del mundo. En otras palabras, que en su día fue misionero.

Lo que a Ragnar le parece extraño es que Athelstan sepa que hay muchos más reinos en el resto del mundo mientras que él ha viajado y nunca ha sabido de esos territorios más que de oídas. Para comprender la extrañeza de Ragnar, es necesario tener conocimiento de cómo veían el mundo los vikingos. Para los antiguos escandinavos, el mundo era una amplia extensión de tierra cuyo centro estaba en Yggdrasil, el gran árbol del universo, que abarcaba el tiempo y el espacio. La tierra estaba rodeada por el mar, que llegaba hasta donde alcanzaba la vista. ¿Y qué había después? Pues se creía que más allá había un abismo insondable, que el agua del mar se precipitaba como una catarata. Del mismo modo, el agua arrastraba hacia esa catarata a todos los barcos que pasaran por allí cerca, engulléndolos para siempre. De ahí que la navegación provocara auténtico terror; uno nunca sabía qué peligros desconocidos acechaban en los mares, y era necesaria una buena dosis de valor para hacerse a la mar a descubrir otras tierras. Los vikingos viajaron mucho y visitaron innumerables territorios, pero hay que puntualizar que nunca se echaron a mar abierto más que en unas pocas ocasiones; para ellos era preferible no perder la costa de vista, tanto por los peligros de una tempestad como por las bestias que podían atacarles en el mar.

Ya he mencionado antes que los vikingos están considerados una suerte de exploradores y comerciantes. En la serie, Ragnar es un granjero la mayor parte del año, pero es uno de los primeros en acudir a la llamada del conde Haraldson (Gabriel Byrne) cuando éste organiza una expedición de saqueo. El problema es que solo viajan rumbo a las tierras del este, que conocen bien porque siempre van allí. Ragnar ha oído historias de viajeros que provenían del oeste y que hablan de riquezas sin fin, y propone que el viaje de ese año tome rumbo al oeste. Aunque el conde rechaza su idea de plano, Ragnar consigue convencer a su hermano Rollo (Clive Standen) después de asegurarle que encontrarán el rumbo fácilmente gracias a dos objetos nunca vistos: una brújula y una piedra solar.

Merece la pena detenerse un momento en estos dos elementos, pues fueron piezas clave para el éxito de los viajes a través del mar. La brújula de Ragnar es una rudimentaria rueda de madera con un punzón en el centro y un círculo dibujado a su alrededor. Cuando el sol del mediodía proyecta la sombra del punzón, la punta señala hacia el sur, de modo que así no perderán nunca el rumbo. Pero Rollo plantea una pregunta lógica: ¿Y si el día está nublado? Aquí es donde entra en escena la piedra solar. En algunas sagas de la época se habla de esta piedra solar con la que, al mirar a través de ella, se puede encontrar el sol en un día nublado. Quizá se refieran a la calcita, que tiene la propiedad de polarizar la luz del Sol. Este mineral se puede encontrar en los fiordos de Oslo, de modo que sería fácil de obtener. Armados con estos objetos, puede empezar el viaje.

Ragnar decide lanzarse a la aventura aun sin tener en cuenta las órdenes del conde Haraldson, quien no se fía de él y teme que le traicione. El conde Haraldson es el jefe del pueblo de Kathegath, y probablemente haya sido elegido en una asamblea de hombres libres, llamados Things. El elegido era el Jarl, un caudillo al que debían obedecer y seguir en sus incursiones. Haraldson es, pues, un poderoso Jarl con muchos hombres a su disposición que le obedecen y respetan. Probablemente recibían a cambio de esa obediencia buenos botines, fruto de los saqueos, que repartían al 50%, mitad para el Jarl y mitad para el resto que sobreviviera. Es también dueño de los barcos que se utilizaban para viajar, y que son motivo de disputa en la serie.

Ragnar necesita un barco para su expedición y, como el conde se niega a prestarle ayuda, decide construir uno a sus espaldas. El típico barco vikingo es un Lagskip (barco largo), más conocido como Drakkar (dragón) e incluso Snekkja (serpiente). Estos barcos eran rápidos, muy manejables, de poco calado pero resistentes, ideales para la navegación de cabotaje y el desembarco fulminante. En casos especiales, podían incluso ser trasladados por tierra a hombros. Contaban con una vela cuadrada o rectangular y un mástil abatible. Si el viento no ayudaba, también disponían de remos.

La construcción de un barco era una operación muy delicada. En la serie, Ragnar confía la tarea a Floki (Gustaf Skarsgard), un desgarbado hombrecillo de gestos nerviosos que parece ser un genio a la hora de construir barcos, aunque no sepa nadar. Su tarea va desde la selección de la madera más apropiada (abedules, fresnos y robles eran los más utilizados), su preciso corte en tablones delgados y flexibles, la talla de la quilla y la construcción del mástil, hasta el calafateado con brea (conseguida a partir de pinos centenarios). Floki hace casi todo el trabajo, aunque en la realidad habría un numeroso equipo trabajando en el barco. Incluso añade, como novedad, un suelo abatible bajo el que se pueden guardar las provisiones y las armas que utilizarán después durante el saqueo.

Visto lo visto, uno pensaría que los vikingos no hacían más que comer, navegar y matar. Es verdad que llevaron a la ruina a muchas partes de Europa, pero es importante señalar que también impulsaron el desarrollo de la industria, especialmente la textil de Flandes. Abrieron rutas comerciales que llegaron hasta Rusia, ofreciendo tejidos de buena calidad. De modo que no hubo una guerra permanente entre los vikingos y occidente, sino todo lo contrario: el comercio internacional floreció en esta época, con frecuentes intercambios en una y otra dirección.


La familia Lothbrok: Ragnar, Bjorn, Lagertha y Gyda


Durante sus viajes de comercio, los vikingos dejaban a un lado los drakkars y utilizaban otras embarcaciones más robustas para transportar sus mercancías. Los Knörr eran barcos de difícil maniobra, pero con gran capacidad de carga. El mayor problema en los viajes por mar era la niebla y el mal tiempo en general. Procuraban mantener la tierra a la vista, memorizaban las costas y comprendían como nadie el movimiento de las olas y la alteración de las mareas. Solían llevar cuervos a bordo que les servían para averiguar si había tierra: si al soltarlos no regresaban es que había tierra cerca. Este detalle también se observa en la serie.

Otra de las cosas que más llama la atención de Vikingos es la relación que Ragnar mantiene con su esposa Lagertha (Katheryn Winnick). Entre los dos existe una especie de igualdad que sorprende si la comparamos con lo que ocurría en otras partes de Europa en la misma época. La familia de Ragnar vive en una granja, y de lo que produce dicha granja. Antiguamente, estas granjas estaban dirigidas por las mujeres con mano de hierro. Puede que Ragnar sea el cabeza de familia, pero Lagertha también tiene autoridad y su modo de ver las cosas no puede ser contrariado. Es tan fuerte como su marido y se enfrenta a cualquier amenaza a golpe de hacha y escudo. Este hecho también está bastante bien retratado en la serie (aunque no el hecho de que las mujeres fueran a la guerra), ya que el papel de la mujer nórdica era muy importante y tenía más derechos que en otras culturas más “civilizadas”: podían pedir el divorcio, heredar, poseer tierras y eran las guardianas del honor. También tenían bastante libertad en lo que a sexo se refiere; la infidelidad no debía de ser un motivo de divorcio, ya que tanto hombres como mujeres hacían lo que les daba la gana. Además, el jefe de familia podía tener concubinas, aunque cada vez se hizo más raro y solo los más ricos lo siguieron haciendo hasta que la costumbre se perdió.

La expedición a Northumbria se salda con varias decenas de muertos, grandes sacos de oro y plata en forma de cálices y relicarios, y un puñado de monjes convertidos en esclavos. Los vikingos comerciaban con esclavos y también los utilizaban en beneficio propio aunque, por razones de abastecimiento, no en el mismo grado que otras culturas con mayor abundancia de recursos. Athelstan se convierte en esclavo de Ragnar, y su futuro no parece muy halagüeño, pero (aunque en el caso de los esclavos podía ser diferente) los vikingos no mataban así como así, a no ser que fuera en el campo de batalla. La vida era un bien demasiado valioso por su corta duración y por lo que costaba mantenerla: las mujeres morían con facilidad durante el parto y los hombres por cualquier herida que se hubieran hecho en combate o en algún accidente. Un ejemplo de su respeto por la vida es que nunca torturaban (aunque en la serie se toman una licencia al respecto, creo que para hacernos odiar aún más a los malos de turno). El esclavo Athelstan puede considerarse afortunado dentro de su desgracia, ya que no es maltratado ni obligado a hacer algo que va contra sus creencias.

En la sociedad vikinga, donde la violencia estaba muy presente, eran frecuentes los juicios. Cuando alguien cometía un delito, se presentaba el caso ante el Thing, la asamblea de hombres libres que presidía el Jarl. Contaban con un especialista que se sabía las leyes de memoria, el recitador de leyes. Parece ser que por entonces imperaba la ley del “ojo por ojo, diente por diente”. El destino del acusado dependía mucho del delito que se le achacaba y de su condición social, pues no recibía el mismo castigo un hombre libre (llamados carls) que un esclavo (conocidos como thralls). Los hombres libres podían llegar a acuerdos económicos o, en casos extremos, ser desterrados por tres años. Pero los esclavos que cometían delitos podían ser ejecutados sin ningún problema, a menos que el amo pudiera compensar de alguna manera al agraviado.

Si había alguna duda, siempre se podía recurrir a los dioses. En Vikingos hay una especie de profeta que interpreta los designios de los dioses a través de magia y hechicería. Es cierto que los vikingos recurrían a la magia (el uso de las runas para adivinar el futuro) y tenían en cuenta la suerte, pero eso no significa que lo dejaran todo al azar. Con frecuencia se fiaban más de su propia experiencia a la hora de tomar una decisión. Es destacable también que entre sus juegos favoritos estuvieran el ajedrez, las damas, el tres en raya o el Hneftafl (un juego del que no se conoce su funcionamiento).

En relación a los dioses y lo mucho que eran tenidos en cuenta para cualquier actividad de la vida diaria, la serie Vikingos nos ofrece una visión bastante realista. En un capítulo, Ragnar y su pueblo viajan al gran templo de Upsala, en Suecia, donde tendrá lugar una ceremonia para honrar a los dioses. En esta ceremonia se hacen ofrendas, se reza ante las estatuas de los dioses y se celebra una fiesta que deriva en una vorágine de alcohol y sexo. Pero lo más brutal todavía está por venir, ya que al día siguiente se hacen los respectivos sacrificios a los dioses, entre los que había seres humanos. La documentación nórdica atestigua que en Upsala, hombres y animales pendía de los árboles del bosque sagrado, tal como se ve en la serie. Además, recuerda mucho a unas estrofas del Hávamál o Canto del Altísimo, un poema que recopila estrofas de mucha antigüedad. El pasaje en cuestión, y que se recita en la serie, es este:

Sé que colgué del árbol azotado por el viento
nueve noches completas,
atravesado por la lanza y a Odín entregado,
yo mismo a mí mismo.
Ningún hombre sabe
de qué raíces ha nacido este árbol.
No me dieron pan, ni a beber del cuerno;
miraba hacia abajo;
levanté las runas, las subí bramando,
di de nuevo en tierra.

Ciertamente es un pasaje bastante extraño. Probablemente en la época se comprendía su significado, pero no ocurre lo mismo hoy en día, y en la serie no se dan datos al respecto. Pero los estudiosos opinan que podría estar describiendo una especie de prueba chamánica que Odín sufrió para aprender magia esotérica. Hay elementos que podrían dar a entenderlo: Odín era apodado “Dios de los Ahorcados”, la lanza era su arma especial, era diestro en las runas y se creía que su extraña escritura daba acceso a poderes sobrenaturales. Pero también podría estar salpicado de elementos cristianos: Cristo colgando de un elemento cruzado, atravesado por una lanza, torturado por la sed y logrando la plena divinidad a través de su sacrificio. ¿Son dos mitos distintos que se parecen? ¿O uno de los mundos ya había invadido al otro? Probablemente nunca se sabrá.




Lo que de verdad importa ahora es la forma en que los nórdicos montaban una de sus famosas celebraciones. Después de un juicio resuelto, un sacrificio o una expedición provechosa, se podía celebrar una fiesta. Todos queremos saber cómo eran esas fiestas vikingas, e incluso daríamos lo que fuera por estar en una. Pues es fácil recrearlas en la actualidad. Tomaban asiento (la ubicación en la mesa era muy importante, cuanto más cerca del anfitrión mayor honor), comían y bebían. Cuando acababa la cena, retiraban los restos de comida y se dedicaban a beber. Competían por ver quién aguantaba más, cantaban canciones obscenas, fanfarroneaban, probaban su fuerza en combates cuerpo a cuerpo, se lanzaban comida… El consumo de alcohol era tal que, antes de empezar a beber, juraban no tenerse en cuenta lo que se dijeran una vez éste empezara a mostrar sus efectos. Se bebía cerveza casera en grandes cantidades y vino, que era muy apreciado, además de licores de bayas y, como artículo de lujo, el famoso hidromiel.

Pero las fiestas solo se celebraban en momentos muy puntuales. Los vikingos estaban demasiado ocupados con sus expediciones y saqueos. Una de las facetas que mejor representa Vikingos es la de buenos guerreros. Y eso que no aparecen los temidos Bersekers, unos guerreros profesionales que gustaban de vestirse con pieles de lobo u oso. Algunos historiadores creen que podían pertenecer a alguna especie de secta en la que consumían alucinógenos para entrar en trance antes de combatir sin descanso durante horas, gritando y aullando. Eran tan peligrosos que durante la vida en tierra eran desplazados a los bosques por el peligro que entrañaban para la comunidad.

Y después del combate, era necesario celebrar algún que otro funeral. En Vikingos se representa el funeral que a todos nos suena: el guerrero tendido en un barco al que luego se le prende fuego. Pero estos funerales estaban reservados a personalidades relevantes y especialmente queridas o admiradas, e incluían sexo, alcohol, magia y muerte. Conocemos estos funerales gracias a las crónicas de Ibn Falán, un persa enviado por el califa de Bagdad al rey de los búlgaros en la región del Alto Volga. Ibn Falán deja constancia de muchas costumbres de los vikingos, algunas de ellas bastante repugnantes: su escasa higiene (se sonaban los mocos en el agua de lavarse la cara y que después iba a utilizar otro hombre) y su falta de pudor en las promiscuas relaciones sexuales. También describe minuciosamente un funeral vikingo.

Primero se enterraba el cadáver y se buscaba entre las esclavas del difunto una voluntaria que quisiera acompañarle al más allá. La esclava se pasaba los siguientes diez días cantando, bebiendo y acostándose con los hombres de confianza del difunto. El décimo día, se desenterraba el cadáver y una anciana, el ángel de la muerte, lo vestía con ricos ropajes. Entonces era llevado al barco, lo acostaban en una tienda entre cojines, le dejaban bebida, armas y los restos despedazados de su perro, sus caballos, dos bueyes, un gallo y una gallina. La esclava es alzada y dice ver a sus padres y a su amo, que la llaman. Subía al barco y, después de beber una copa de hidromiel, entraba en la tienda con seis guerreros, con los que tenía una última sesión de sexo, tras lo cual la anciana le clavaba un cuchillo mientras dos hombres la estrangulaban con un cordón. Finalmente, un pariente el difunto, se desnudaba y caminaba de espaldas hasta el barco y le prendía fuego. Para terminar, se tallaba un poste con el nombre del difunto y de su rey y, a continuación, se emborrachaban. Este sería el funeral de funerales, por llamarlo de alguna manera; en general, la costumbre funeraria más extendida entre los vikingos de a pie era el enterramiento.

Y hasta aquí por hoy. Como veis, he procurado no destriparos nada de Vikingos y me he limitado a hacer una pequeña extrapolación entre la acción de la serie y la historia documentada. Espero haber aclarado algunas cosas, asombraros por otras y, ojalá, despertar vuestro interés por si queréis ver la serie y darle una oportunidad.