Mayor Fernández Pita,
popularmente conocida como María Pita, es uno de los personajes más
singulares de la historia gallega. Y tiene mucho mérito, ya que por
su origen parecía destinada a perderse en las brumas de la memoria,
si no fuera porque gracias a su arrojo y valor alcanzó notoriedad
por su defensa de la ciudad de A Coruña frente a la flota de Francis
Drake en 1589.
Frente a antiguas
controversias que defendían su condición hidalga, hoy en día queda
probada la modestia de sus orígenes. María Pita fue el fruto del
matrimonio entre Simón Arnao y María Pita “la vieja”. Se
especula que su nacimiento pudo tener lugar entre los años 1556 y
1562, y en su juventud habría ayudado a su madre y a su hermanastra
a regentar una pequeña tienda mientras Arnao se encontraba en
Castilla. De hecho, el padre sólo volvió a la ciudad tras la muerte
de la esposa para reclamar su herencia, de modo que el primer pleito
en el que encontramos a la heroína coruñesa fue contra su propio
padre.
Por aquel entonces, María
Pita ya era viuda de su primer marido, Juan Alonso de Rois, un
carnicero con el que tuvo una hija y que era propietario de dos casas
en la ciudad y algunas viñas en la comarca, que serían motivo de
litigio entre madre e hija más adelante. A los tres años de su
muerte, María contrajo nuevas nupcias con el también carnicero
Gregorio de Rocamonde, y durante un tiempo se dedicó a trabajar codo
con codo con su esposo en el mercado coruñés. Sin embargo, los
acontecimientos que habrían de reconocerla como heroína no
tardarían en perturbar su vida.
Todo comenzó en el año
1581, cuando el rey de España Felipe II heredó el trono de Portugal
y sus colonias en Brasil, África, India y China. Felipe II se
convirtió en el monarca más poderoso de su época, dando lugar al
dicho de que en su imperio nunca se ponía el sol. Es verdaderamente
notable que su lema fuese “El Mundo no es Suficiente”. Llegó a
ser dueño de Italia, la costa norte de África, los Países Bajos,
las Indias y Filipinas. Una vez derrotados los turcos en la Batalla
de Lepanto (1571), sólo se oponían al poder del monarca católico
los rebeldes protestantes holandeses y los corsarios ingleses que
asaltaban los galeones españoles que venían cargados de oro
proveniente de las Indias.
La reina británica
Isabel I Tudor siempre había mantenido una postura contraria a
España y de apoyo a los focos conflictivos que surgían en Europa.
Ya en 1585, la reina, que había favorecido a los rebeldes de los
Países Bajos, firmó con ellos un tratado en el que se comprometía
a prestarles ayuda militar. En ese mismo año, Felipe II ordenó la
captura de todas las naves inglesas ancladas en puertos españoles.
El navegante Francis Drake inició una campaña de ataque sistemático
a las colonias del área del Caribe, poniendo en entredicho el
sistema defensivo español.
Fue entonces cuando se
proyectó la construcción de una gran armada que neutralizara el
poder de la inglesa y asegurara el traslado de los tercios de Flandes
en Inglaterra. El proyecto de la Grande y Felicísima Armada, más
conocida como la Armada Invencible, se compuso de 130 buques y unos
30.000 hombres que por entonces seguían sin estar bien
aprovisionados para entrar en batalla. Se requería más tiempo y
dinero para completar el proyecto bélico de Felipe II. Pero en 1587,
la reina escocesa María Estuardo, aliada de Felipe II, fue ejecutada
en la Torre de Londres por alta traición. En su testamento, María
legó sus derechos al trono inglés al monarca español, hecho que
precipitó el plan de invasión.
En 1588, la Invencible
salió de Lisboa, bordeando con dificultades la costa hasta la bahía
de A Coruña, donde se pertrechó de agua y alimentos. Partiría el
21 de julio rumbo a Inglaterra con el objetivo de invadirla y coronar
a Felipe II. Pero la operación fracasó, y la Armada Invencible se
vio obligada a bordear la costa británica, castigada por una fuerte
tempestad. Los despojos de los barcos llegaron en septiembre de 1588
a las playas coruñesas.
Pese a su triunfo sobre
la Armada Invencible, Isabel I no las tenía todas consigo, y al año
siguiente decidió destruir en sus bases toda formación de buques
españoles. A pretexto de intervenir en el litigio sucesorio de
Portugal, ayudando al pretendiente don Antonio, prior de Crato, envió
a Coruña al mando de Francis Drake una flota de 120 navíos con
20.000 hombres de desembarco.
Aunque chasqueados en sus
designios, puesto que en A Coruña no había tales barcos, los
ingleses advirtieron en cambio que la ciudad, mal amurallada y peor
guarnecida, era presa fácil. Y resolvieron atacarla. Después de
cañonearse intensamente con el fuerte de San Antón, penetraron en
el puerto y desembarcaron tropas y artillería. La situación era muy
grave, y el marqués de Cerralbo, gobernador de la plaza, hubo de
llamar a las armas a todo el vecindario, sin distinción de edades ni
de sexos.
El 14 de mayo de 1589,
diez días después del desembarco, las minas del enemigo hacían
estragos en el baluarte español. Se luchaba ya cuerpo a cuerpo, y el
asalto final parecía inminente. Los ingleses colocaron minas y
asaltaron la Puerta de Aires, donde se dice que murió Gregorio de
Rocamonde.
Fue entonces cuando María
Pita acertó a clavar una pica en el pecho del alférez que, bandera
en mano, se disponía a coronar el parapeto. María arrebató la
bandera al moribundo y la enarboló en ademán victorioso. La leyenda
popular cuenta que, bandera en ristre, María Pita alentó a su
pueblo diciendo:
-¡Ayudadme a echarlos de
aquí! ¡Quien tenga honra, que me siga!
El efecto de aquel gesto
iba a ser decisivo para la suerte del combate. Mientras los
defensores, enardecidos, multiplicaban su valor, los ingleses,
desalentados, sintieron flaquear el suyo. Iniciaron el repliegue y,
cuatro días después, desmoralizados y maltrechos, reembarcaron
precipitadamente. Pero no acabaron aquí los trabajos de María Pita
pues, después de la batalla, se dedicó a curar a los heridos y
contribuyó aportando ropa y alimentos para los que habían quedado
más maltrechos. Su labor fue, indiscutiblemente, muy importante para
todos sus vecinos y el propio rey Felipe II recompensaría el arrojo
de María Pita concediéndole el grado y la paga de alférez.
Estatua de María Pita en A Coruña
La nueva etapa en la vida
de María Pita iba a resultar difícil por su condición de viuda con
una hija a su cargo. Eso explica la rapidez con que contrajo un nuevo
matrimonio con el capitán Sancho de Arratia, marino que había
llegado a Galicia en 1590 procedente de Sanlúcar con una flota
cargada de pertrechos para la Armada. Su unión también fue breve,
pues en 1592 se registra la muerte del capitán, con quien tuvo otra
hija.
Los años posteriores
serían duros para la heroína debido a las querellas a que hubo de
enfrentarse, en especial la interpuesta por el capitán Peralta,
quien la acusaba de haber intentado asesinarlo durante un asalto a la
casa donde se encontraba alojado. Como resultado de dicho proceso,
María Pita hubo de pasar unos meses en la cárcel y a punto estuvo
de dictarse contra ella una sentencia de destierro.
Aprovechando tal
circunstancia, María Pita se dirigió a la Corte en busca del favor
real. Tuvo éxito, y ello la llevaría a repetir la experiencia unos
años más tarde, en 1606, aunque en medio de unas circunstancias
sustancialmente diferentes. Entre ambos viajes a Madrid había
contraído un cuarto matrimonio con Gil de Figueroa, escudero de la
Real Audiencia de Galicia. Este enlace le acarrearía graves
problemas legales con la familia de su marido, que se verían
agudizados tras su muerte en 1613.
María Pita pasó los
últimos años de su vida litigando para defender los derechos de los
hijos habidos de su último matrimonio, Juan y Francisco, mientras
las relaciones con el resto de la familia se tornaban conflictivas.
Su fallecimiento en Cambre en febrero de 1643 puso fin a una
apasionante trayectoria y se abría un nuevo capítulo en su leyenda
pues, aunque en su partida de defunción consta que quería ser
enterrada en el convento de Santo Domingo de A Coruña, su sepultura
no ha sido localizada.