Eran un total de siete, repartidas entre Grecia, Egipto y Mesopotamia, y no hay nadie en este mundo que no haya oído hablar de ellas, aunque solo sea por su nombre. A día de hoy, solo permanece en pie una de ellas, la Pirámide de Giza; todas las demás fueron cayendo debido a catástrofes naturales o por la mano del hombre. Del esplendor de algunas de estas antiguas maravillas solo nos quedan unas pocas ruinas que todavía en la actualidad siguen recibiendo muchas visitas; de otras, en cambio, no nos ha quedado absolutamente nada.
Las Siete Maravillas del mundo antiguo. ¿Por qué siete?, se preguntarán algunos. Las listas acerca de monumentos y lugares emblemáticos dignos de ver en el mundo antiguo llevaban haciéndose desde hacía muchos años, y la lista de las Maravillas que ha llegado hasta nosotros quedó fijada en el siglo XVI gracias a la influencia del pintor holandés Maerten Van Heemskerck, que estaba fascinado por las maravillas del mundo antiguo. Tras una visita a Roma, realizó un conjunto de estampas en las que plasmó su visión de cómo pudieron haber sido las Siete Maravillas en el momento de su máximo apogeo.
El Coloso de Rodas, el Mausoleo de Halicarnaso, el Faro de Alejandría, la Gran Pirámide de Giza, los Jardines Colgantes de Babilonia, el Templo de Artemisa en Éfeso y la Estatua de Zeus en Olimpia. Todas estas obras arquitectónicas y escultóricas tuvieron su momento de máximo apogeo durante los primeros siglos antes de Cristo, aunque no se construyeron de manera sincronizada ni respondiendo a un proyecto determinado. A pesar de ser tan conocidas, es tan poca la información que disponemos que de alguna incluso se duda que hubiera existido realmente.
Pero regresemos a la pregunta inicial: ¿Por qué son siete? Pues por la sencilla razón de que en la Grecia antigua se tenía una especial predilección por el número siete, y eso se puede ver en su aplicación en otras listas tan conocidas como la de los Siete Sabios de Grecia, las siete estrellas que forman el cúmulo estelar de las Pléyades o, ya de forma un poco más tardía, las siete colinas de Roma. Sin embargo, no siempre figuraron en la lista las Maravillas que hoy conocemos; es de suponer que, en una época en la que había tantos portentos arquitectónicos, habría discrepancias a la hora de decidir si merecían ser incluidas en la lista de las siete grandes Maravillas.
A partir de las conquistas de Alejandro Magno en el siglo IV a. C., el mundo helenístico empezó a cobrar predominancia, sobre todo en el área del Mediterráneo oriental. Tanto Alejandro como los reyes que le sucedieron, también de origen griego, llevaron su cultura a territorios tan dispares como Egipto, Siria o Asia Menor. La lengua griega se convirtió en idioma de referencia tanto en el gobierno como en el comercio, al igual que el arte, la filosofía, las matemáticas y las leyes. En este contexto surgió el afán de los griegos por crear listas como la que nos ocupa, que en un principio no se refería a siete maravillas, sino a siete cosas que cualquier viajero debería ver. No se trataba simplemente de monumentos bonitos, sino de construcciones que merecía la pena ir a ver. En una época en la que los viajes eran bastante más largos y duros que hoy en día, esta lista de Siete Maravillas se convirtió en un buen incentivo para hacer turismo.
Con el paso del tiempo, la lista de las Siete Maravillas sufrió diversas modificaciones que tienen mucho que ver con el contexto en el que se discutían. Los romanos, grandes admiradores de la cultura griega, deploraban que no se incluyera en la lista ni uno solo de sus monumentos, que consideraban igual de dignos de ser vistos. Por eso en ciertas listas encontramos el Coliseo y el Mausoleo de Adriano, ambos sitos en Roma, como parte de las Siete Maravillas. Más adelante, durante la Edad Media, y en pleno auge del cristianismo, se trató de incluir en la lista el Templo de Salomón e incluso el Arca de Noé. Sería en el Renacimiento, con el resurgir del interés por la cultura helenística, cuando el pintor Heemskerck realizó la famosa serie de siete estampas de las Siete Maravillas que él consideraba canónicas, y que pasarían a la posteridad así establecidas.
El Coloso de Rodas
Esta gran estatua fue forjada en el año 292 a. C. y se encontraba en la isla griega de Rodas. Tanto la pintura de Heemskerck como representaciones posteriores muestran una enorme efigie del dios Helios a horcajadas, con los pies apoyados en cada uno de los extremos de la bocana del puerto de Rodas. Sin embargo, es imposible que el coloso tuviese esta forma, ya que se habría hundido en el agua. Se dice que medía aproximadamente unos 70 codos de altura (unos 30 metros) y que estaba hecho con placas de bronce puestas sobre un armazón de hierro.
Pese a que su apariencia real no concordaba con la imagen que ha llegado hasta nosotros, sabemos que el Coloso existió porque nos han quedado testimonios de gente que tuvo el privilegio de verlo. Es el caso de Plinio el Viejo y algunos apuntes en ciertas crónicas bizantinas. El Coloso de Rodas es una de las Maravillas que siempre ha aparecido en todas las listas, lo que nos lleva a pensar que realmente fue un monumento digno de ver.
Sin embargo, no duró mucho en pie. La zona donde se construyó se caracteriza por ser muy sísmica, ya que se cruzan varias fallas. Un terremoto ocurrido en el año 226 a. C. derribó la estatua y allí se quedó tumbada durante casi mil años, hasta que ya en el siglo VII los musulmanes atacaron la isla de Rodas y se llevaron el bronce con el que la habían construido.
El Mausoleo de Halicarnaso
Una de las maravillas más longevas de esta lista, aunque no ha llegado hasta nuestros días salvo por algunos restos y el grupo escultórico que se situaba en la parte más alta del edificio. Fue un monumento funerario suntuoso construido entre el 353 y el 350 a. C. en Halicarnaso (actualmente Bodrum, Turquía) para albergar el cuerpo de Mausolo, un sátrapa del imperio persa. El monumento fue un encargo de la hermana y esposa de Mausolo, Artemisia II de Caria, cuyo dolor por la muerte de su marido fue legendario.
El Mausoleo medía 45 metros de alto, tenía un cuerpo macizo en la parte inferior y, sobre él, una especie de templo con una columnata rematada por relieves. Sobre la columnata se construyó una cubierta a cuatro aguas en la que se colocó una escultura de una cuádriga triunfal. De este magnífico conjunto arquitectónico no quedan más que unas pocas ruinas, ya que fue destruido en su práctica totalidad por un terremoto en 1404, tras haber soportado invasiones y la destrucción de la ciudad por Alejandro Magno, los bárbaros y los árabes. Las piedras que se desprendieron del Mausoleo fueron reutilizadas para la construcción de casas y la reparación del castillo de San Pedro por la Orden de los Caballeros de San Juan.
A esta Maravilla se le debe también el nombre de "mausoleo", que hoy en día seguimos utilizando para referirnos a una tumba de cierto porte o, como mínimo, un monumento funerario.
El Faro de Alejandría
Fue una torre construida en el siglo III a. C. en la isla de Pharos en Alejandría, Egipto, para servir como punto de referencia del puerto y como faro para guiar a los navegantes. La torre tenía una altura de al menos 100 metros, aunque se estima que en total pudo haber alcanzado los 130 metros aproximadamente, convirtiéndose en una de las estructuras fabricadas por el hombre más grandes durante muchos siglos.
Construido por el arquitecto Sóstrato de Cnido, el faro consistía en una gran torre sobre la que se dispuso una enorme hoguera nocturna para marcar la posición de la ciudad a los navegantes, dado que la costa en la zona del delta del Nilo era muy baja y carecía de referencias para la navegación marítima. Para su construcción se utilizaron grandes bloques de vidrio colocados en los cimientos para evitar la erosión y aumentar la resistencia contra la fuerza del mar. El edificio, erigido sobre una plataforma de base cuadrada, tenía forma octogonal y estaba construido con bloques de mármol ensamblados con plomo fundido. En lo más alto, un gran espejo de bronce reflejaba la luz del sol durante el día y por la noche proyectaba la luminosidad de la hoguera a una distancia de hasta cincuenta kilómetros.
Fue una de las maravillas más longevas, pues logró sobrevivir intacto durante un milenio. Sin embargo, sufrió daños muy severos por la acción de dos terremotos ocurridos en 1303 y 1323, que lo destruyeron por completo. En 1480, el sultán de Egipto Qaitbey dio orden de que se emplearan los bloques de piedra para construir un fuerte en el mismo emplazamiento del faro, cuyos cimientos todavía se conservan bajo dicho fuerte.
La Gran Pirámide de Giza
Conocida también como la Pirámide de Keops, ostenta un doble honor, pues no solo es la Maravilla más antigua de la lista, sino que también es la única que se mantiene en pie a día de hoy. A pesar de que le falta el revestimiento original y el piramidión, la mayor de las pirámides de Egipto se ha conservado muy bien. Fue terminada alrededor del año 2570 a. C., aunque sus obras se iniciaron unos veinte años atrás. Está situada a las afueras de El Cairo y fue ordenada construir por el faraón Keops, perteneciente a la cuarta dinastía del Antiguo Egipto. Durante 3.800 años fue considerado el edificio más alto del mundo, hasta que fue superada en el siglo XIV por el chapitel de la catedral de Lincoln, en Inglaterra.
La Gran Pirámide fue elevada en la sección noreste de la meseta de Giza, un lugar privilegiado para poder ser vista desde el Nilo. Para su construcción se necesitaron alrededor de 2,3 millones de bloques de piedra con un peso que oscilaba entre las dos y las sesenta toneladas. El revestimiento original estaba formado por 27.000 bloques de piedra caliza, pero un terremoto en el siglo XIV desprendió casi toda la piedra, que posteriormente se utilizaría para edificar viviendas en El Cairo.
La pirámide se compone de tres cámaras: dos situadas en el interior (Cámara del Rey y Cámara de la Reina) y una situada en el subsuelo (cámara subterránea). A estas cámaras se accedía desde el lado norte por un pasaje descendente que comunicaba con dos pasadizos, uno ascendente, que conducía a la Gran Galería, y otro descendente, que llegaba hasta la cámara subterránea.
Los Jardines Colgantes de Babilonia
Babilonia fue una de las ciudades más importantes del mundo antiguo. Situada a orillas del Éufrates, era la Babel bíblica y también fue la ciudad donde murió Alejandro Magno, pese a que en el 323 a. C. ya era una ciudad decadente. De Babilonia nos ha llegado la supuesta existencia de una Maravilla, y digo supuesta porque la veracidad de los Jardines Colgantes ha sido puesta en duda por diversos expertos. No obstante, la tradición nos dice que en el siglo VI a. C., durante el mandato de Nabucodonosor II, se construyó un magnífico complejo ajardinado rodeado de palmeras y todo tipo de árboles frutales como regalo para su esposa Amytis, para que tuviera un recuerdo de su tierra natal.
Los Jardines Colgantes, según se cree, estaban junto al palacio real, situados cerca del río para que todo el que quisiera pudiera contemplarlos, aunque su acceso estaba vetado para el pueblo llano. Estaba construido en un sistema de terrazas abovedadas que parecían superponerse, dando la sensación de que los jardines estaban en el aire. En la terraza superior había un depósito de agua que se derramaba entre las terrazas inferiores como si fueran arroyos y regaba todas las plantas y árboles que allí crecían.
Hoy en día contamos con vestigios de muros de unos 25 metros, un canal de irrigación y algunos arcos abovedados, pero no se sabe si pertenecieron a esta Maravilla del mundo antiguo.
El Templo de Artemisa en Éfeso
Ubicado en la ciudad de Éfeso, en la actual Turquía, se construyó como monumento dedicado a Artemisa, la diosa de la caza. Estaba situado a las afueras de la antigua polis y se levantó en el siglo VI a. C.. Según se ha podido saber, medía aproximadamente unos 115 metros de largo por 55 metros de ancho, y tenía una columnata de 127 columnas de 18 metros de alto cada una. Su construcción duró la friolera de 120 años, y durante ese tiempo tuvo que sortear diversos intentos de destrucción. En pocas palabras, era un templo colosal, mucho más grande que el Partenón de Atenas.
El templo, como era habitual en la cultura griega, no se construyó como lugar de culto, sino como santuario donde depositar ofrendas votivas a la diosa, cuya efigie se habría albergado en su interior. De dicha efigie no tenemos más que algunos grabados de copias romanas del original griego, pero se cree que podría haber medido unos dos metros y estar esculpida en madera de vid, recubierta de plata y oro. Entre otras riquezas, el templo guardaba esculturas, pinturas, columnas de oro y plata, y todo tipo de bienes y joyas que muchos reyes, mercaderes y viajeros pagaban como tributo a la diosa.
El Templo de Artemisa fue destruido en un incendio provocado por Eróstrato en el año 356 a. C. Según su testimonio, arrancado bajo tortura, este pastor efesio no tenía más motivo para incendiar el templo que el de ganar gloria y fama a cualquier precio. Al descubrirse la intención, los efesios prohibieron bajo pena de muerte que el nombre del incendiario quedase registrado para la posteridad, pero no se pudo impedir que tanto el nombre como la acción pasaran a la Historia. De Eróstrato nos ha quedado también el término erostratismo, recogido en la RAE, que significa "Manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre".
La Estatua de Zeus en Olimpia
La estatua de Zeus en Olimpia fue una escultura crisoelenfatina atribuida al famoso escultor Fidias, creador entre otras cosas de la también célebre estatua de Atenea en el Partenón. En el caso de la estatua de Zeus, no hay mucho acuerdo sobre cuándo fue esculpida. Tradicionalmente se cree que pudo haber sido levantada en el año 430 a. C., pero algunos expertos opinan que pudo haber sido hecha antes incluso que la estatua de Atenea, es decir, antes del año 438 a. C.
En cualquier caso, no cabe duda de que era una estatua colosal. Medía aproximadamente unos doce metros de alto, ocupando la totalidad del ancho del pasillo del templo destinado a albergarla. La estatua representaba al dios Zeus en posición sedente con el torso desnudo y el manto entre las piernas, la cabeza coronada de olivo y la mirada baja, en gesto paternal. En la mano derecha sostenía una Niké y en la izquierda portaba un cetro rematado por un águila. El trono, según se dice, debió de ser una obra de arte, hecho a base de marfil, ébano, oro y piedras preciosas, y con relieves donde se representaban escenas mitológicas.
Cuenta una leyenda que el emperador Calígula dio órdenes de que se trasladara la estatua de Zeus a Roma y que se le cortara la cabeza al dios para poner una de Calígula en su lugar. Cuando los soldados romanos se dispusieron a cumplir la orden, se dice que oyeron las carcajadas del dios Zeus, lo que les asustó muchísimo y les hizo salir despavoridos. Al margen de esta leyenda, lo cierto es que la estatua de Zeus acabó saliendo de Olimpia y fue trasladada a Constantinopla por orden del emperador Teodosio II, pues quería utilizarla para decorar el palacio de uno de sus eunucos. Aquí es donde se le pierde la pista a la estatua. Se cree que pudo haber sido destruida por un incendio o despedazada para aprovechar el marfil y el oro de los que estaba hecha.
Hemos llegado al final de este pequeño viaje por el mundo antiguo a través de los monumentos que, gracias a la imaginación y entusiasmo de un pintor, llegaron hasta nosotros y nos hicieron imaginar el esplendor de épocas pasadas. Hace unos cuantos años, siguiendo la tendencia de elaborar listas, se sugirió realizar una lista con las Nuevas Siete Maravillas del Mundo, incluyendo en ella monumentos que destacaban por su magnificencia y que todos, actualmente, sí podemos ver y visitar. La lista definitiva quedó fijada en el año 2007 y se incluyó a la Pirámide de Giza como "maravilla honoraria" por ser la única del mundo antiguo que ha llegado hasta nosotros. Y aunque muchas maravillas se han quedado fuera de la nueva lista, todo esto nos da una muestra de que la idea de las Siete Maravillas aún perdura después de tantos años.