¡Hola a todos!
Hace unos días, mientras hacía limpieza por los cajones, llegó a mis manos un álbum que tenía varias fotos mías (de bastante mala calidad) de cuando yo era pequeña. Los años que cubría el álbum iban desde 1986 hasta el 1991, desde que era un rechoncho bebé hasta la fiesta de mi quinto cumpleaños. Movida por esa curiosidad que provoca el recuerdo, me senté en el suelo y repasé todas las fotos una por una, rememorando momentos que ya creía olvidados, volviendo a ver las caras de los que ya me han dejado, y sonriendo al reconocer los rostros infantiles que el tiempo fue cambiando y convirtiendo en adultos.
Cuando terminé de ver las fotos y cerré el álbum, me quedé un rato en silencio, pensando en todo lo que he dejado atrás, todo lo que el tiempo se llevó para siempre. Muchas veces habréis oído decir que tal o cuál generación ha sido la mejor del siglo, aunque la palma se la llevará sin lugar a dudas la generación de los 80, como si fuera la mejor del mundo. Parándome a pensar un poco, me di cuenta de que todos tienen algo memorable sobre la generación a la que pertenece: que si la música revolucionaria, que si la moda estrafalaria, que si una actitud provocadora y rebelde...
Sin embargo, nadie habla de los años 90 como una década memorable. Y esto me fastidia. Aunque nacida en los 80, la mayor parte de mis recuerdos pertenecen a la década de los 90 y, aunque he pasado por momentos malos, tengo que reconocer que también ha habido momentos muy buenos. Pero, por alguna razón, los 90 no han pasado a la historia como una década digna de ser recordada.
Por eso, tanto para recordar lo que yo hacía como para devolverle a los 90 su justo lugar en la historia colectiva, he preparado esta humilde entrada centrándome en los cinco pilares básicos en los que un niño noventero basaba su existencia: Televisión, libros, música, juegos y chucherías. Pido perdón de antemano, pues este repaso habla sobre todo de mí, de las cosas que yo veía o leía, así que habrá muchas cosas que se queden fuera. Puede que no me haya quedado todo lo completa que quería, pero he disfrutado mucho escribiéndola. Espero que vosotros disfrutéis también leyéndola.
¡Allá vamos!
Televisión
Aunque a día de hoy parece
difícil de imaginar, en los años 90 no existía Internet como tal. Por entonces
todavía empezaba a configurarse esa red de información mundial que nos conecta
a todos y nos proporciona un sinfín de diversión de muchas y muy variadas
formas. Entonces, ¿qué hacíamos los niños de los 90 para divertirnos? Pues dos
cosas: salir a la calle a jugar o ver la televisión.
Ya sé que suena mal, pero no me
queda de otra que admitirlo: Cuando era pequeña, me gustaba más ver la televisión
que salir a la calle. No me pararé a comentar los porqués de mi preferencia por
la caja tonta, porque la verdad es que no tiene importancia. Todos los
noventeros disfrutábamos de la televisión, y no pocos programas que se
emitieron durante esos años fueron adaptados para jugar en la calle con
nuestros amigos y vecinos. Así que se puede decir que la tele era una fuente de
inspiración para jugar a algo más entretenido que el escondite o el zapatito inglés.
¿Qué se veía en los 90? En primer
lugar, dibujos animados. Imprescindibles. Un niño que se precie ha tenido que
ver como mínimo diez series de dibujos animados para considerar que ha tenido
una infancia como Dios manda. De todos ellos, hay que mencionar la franquicia
obligada: Disney. Podría citar un amplio catálogo de películas Disney de los
90, pues esta fue una de sus épocas de mayor esplendor, pero sólo me quedaré
con aquellas que más me han gustado, que fueron La
Sirenita , Aladdín,
El Rey León y, por supuesto, La Bella y la Bestia , mi favorita con diferencia. Era
habitual que mi madre me grabara las películas en una cinta de vídeo para que
yo pudiera verlas una, y otra, y otra, y otra vez, hasta rayar la cinta (los
que ahora son padres seguro que saben de qué estoy hablando, XD). Además, los
fines de semana teníamos también el Club Disney, un programa que emitía cortos
y series nacidas de la grandiosa factoría que tantas ilusiones nos ha traído.
Pero no sólo de Disney vivíamos
los noventeros. A mí especialmente me gustaba también ver contenidos de calidad,
cosas con las que se pudiera disfrutar y aprender al mismo tiempo. Por eso me
hice fan absoluta de toda la saga Érase
una vez…, que nos enseñaba con una maestría insuperable la historia del
hombre, los entresijos del cuerpo humano, las vicisitudes de los inventores o
la conquista del espacio. Otras series que me gustaban mucho eran La aldea del arce, La banda de Mozart, Los Trotamúsicos, Mofli, el último koala y Oliver y Benji, auténticos portentos de la animación.
El anime también hizo su
aparición por estos años, sobre todo con la fundación de las cadenas Antena 3 y
Telecinco, que vivieron una edad de oro en la que emitieron lo más nuevo entre
las series de anime de aquel tiempo. Así, joyas como Sailor Moon, Ranma ½ o El misterio de la piedra azul se
hicieron un hueco en mi corazón. Aunque sería posteriormente, a finales de los
90, cuando me enamoré perdidamente de series como La familia crece y Sakura,
cazadora de cartas, los grandes pilares de mi pasión por lo japonés.
Y esto no es todo. Como niña
gallega de los 90, he recibido un plus de dibujos animados gracias a la
aparición en aquellos años de un programa infantil que sólo se emitía en la
cadena regional, y que muchos niños de ayer todavía recuerdan con cariño. El
Xabarín Club era el equivalente al Club Megatrix del resto de España, pero en
versión Galicia profunda. En este programa se emitieron grandes series de
dibujos animados cuyas melodías (en gallego, por supuesto) se han convertido en
una seña de identidad. Además, entre serie y serie había concursos y canciones,
además de un apartado destinado a felicitar a los socios que ese día estaban de
cumpleaños.
¿Y qué pasa con las series y
películas? Tranquilos, que no me he olvidado. Aunque cuando era pequeña me
gustaba más ver dibujos animados, he tenido la oportunidad de ver alguna que
otra serie. Entre mis favoritas estaban Punky
Brewster, California Dreams y Las gemelas de Sweet Valley (esta última
me encantaba). Entre las películas, debo poner por encima de todo lo habido y
por haber la fantástica saga de Indiana
Jones, cuya música ya me alegraba el día.
En cuanto a programas de
televisión, concursos y demás, hace tiempo le dediqué un ranking especial a
esos programas memorables de los 90: Qué
Apostamos, El Gran Juego de la Oca , La Noche de los Castillos… Todos son
imprescindibles, pues no concibo mi infancia sin ninguno de esos programas.
Libros
Resulta un poco triste tener que
admitir que alguien como yo, que presume de haber leído mucho y de todo, apenas
haya tocado un libro mínimamente decente en los 90. Pero se me puede perdonar
si tenemos en cuenta que los años 90 me pillaron entre los 4 y los 14 años,
momento en el que no se suelen leer grandes obras literarias. A ver, no era
cuestión de ponerme a leer El Buscón
a los diez años, ¿no?
Sin embargo, leía mucho. Una vez
más, Disney vuelve a aparecer en la lista, porque tenía todos y cada uno de los
cuentos de la colección, que solían salir a la venta cada vez que la factoría
sacaba una nueva película. Todas las noches me cogía un cuento de esos y lo
leía yo sola (mis padres nunca leyeron conmigo) hasta que me quedaba dormida.
En el colegio teníamos una
pequeña biblioteca que tenía un sinnúmero de libros de la colección Leo Leo y
El Barco de Vapor, que eran mis favoritas. Los de Leo Leo además traían un
apartado dedicado a juegos relacionados con la historia que acababas de leer,
aunque me fastidiaba que los crucigramas siempre estuvieran hechos. De todos
los libros que he leído, recuerdo con especial cariño un libro del Barco de
Vapor titulado Querida Susi, Querido Paul,
que consistía en una serie de cartas entre dos niños que habían tenido que
separarse. Otros títulos que me gustaban mucho eran todos los que tenían algo
que ver con El Pequeño Nicolás (no el
de ahora, por favor), un niño muy travieso cuyas ocurrencias siempre me hacían
reír. También me gustaban, por los gustos que heredé de mi madre, libros como Mujercitas y Pollyanna, con los que desarrollé mi gusto por la novela del siglo
XIX. Y, cómo no, no podían faltar los imprescindibles libros de Roal Dahl, el
escritor de los niños por excelencia. Recuerdo con gran nostalgia Las Brujas y Matilda, que me encantaban (aunque las películas fuesen un asco).
Pero si había algo que me gustaba
leer por encima de todo eran los cómics. Pero no los cómics de superhéroes tipo
Marvel o DC Cómics, sino los de toda la vida. Ahí están por ejemplo Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, 13 Rue del Percebe, Pepe
Gotera y Otilio, Carpanta… De mi
madre y mi tía heredé también una pequeña colección de cómics de Esther y su mundo, que contaba las
aventuras diarias de una jovencita adolescente (algunas eran bastante
rocambolescas, pero me encantaban). También me gustaban mucho Mafalda, Daniel el travieso, Lucky
Luke y Astérix el galo, que eran
imprescindibles para leer durante el fin de semana. Eso sí, a pesar de su fama,
nunca he podido soportar a Tintín. Ya
sé que parece una blasfemia pero… nunca me ha gustado.
Música
El apartado de música me ha
costado mucho elaborarlo porque, aunque he escuchado mucha música en mi
infancia, algunos títulos o grupos no los recuerdo demasiado bien, sobre todo
los de edad temprana. Por eso puede que me quede un poco corta al mencionar la
música que se podía escuchar en los 90, pues recuerdo mejor la que ya se
escuchaba a finales de dicha década y principios del 2000.
Yendo por orden cronológico, mi
primer grupo favorito fue Bom Bom Chip. Aquí no hay medias tintas. Cualquier
niño de los 90 ha
tenido que escuchar algún éxito de este grupo infantil que no tiene que
envidiarle nada a otros grupos que salieron posteriormente, como SJK o los niños
de OT Júnior. Éxitos como Toma mucha
fruta o Miércoles eran mis
preferidos para escuchar en el walkman (regalo de mi primera comunión). Aunque
se trataba de canciones infantiles, si ahora les dedicáramos un segundo audio
veríamos que las letras no eran tan inocentes como nos podían parecer en un
principio. ¡Os animo a que hagáis la prueba!
Aunque no es habitual que los
hijos compartan los gustos musicales de sus padres, aquí tengo que hacer una
pequeña excepción. Gracias, sobre todo, a mi madre, desarrollé un gusto muy
temprano por la música de los Beatles y de algunos éxitos de la música disco de
los 70 y 80. Todavía conservamos en casa discos de vinilo de Michael Jackson
(me encantaba la canción Black or White)
y de temas de bandas sonoras de películas de finales de los 80 y principios de
los 90, como podían ser Tomates Verdes
Fritos, Regreso al Futuro, Armas de Mujer o Dirty Dancing. Por supuesto, todas las Semanas Santas era
obligatorio escuchar de cabo a rabo la banda sonora de la ópera rock Jesucristo Superstar (costumbre que
conservo todavía hoy); la cosa se completó cuando le regalé a mi madre la banda
sonora en inglés, por lo que a partir de entonces pasamos a escucharla en los
dos idiomas.
Entramos ya en los años de la
adolescencia, época de gran confusión con todo el medio que nos rodea, y la
música no podía ser menos. Son los años en los que se empieza a llevar el pop
baratillo y la música bakalao. Entre mis grupos favoritos estaban las famosas
bandas de cinco miembros, como las Spice Girls y los Backstreet Boys. También
se oía hablar de Take That, Oasis, Blur y Boyzone (este último grupo había que
odiarlo a muerte), aunque no me llamaban mucho la atención. En cambio, me
gustaba mucho Bon Jovi; en el colegio, las niñas recortábamos las fotos de los
famosos que nos gustaban y luego nos las intercambiábamos, pero nadie quería mi
foto de Bon Jovi porque no era “guapo” como Brad Pitt. Daba igual que yo les
dijera que era un cantante muy bueno y que su música era una pasada: como no
era guapo, no les valía. ¡Pues ellas se lo pierden!
Aunque ahora soy heavy, confieso que todavía se me derrite el corazón al escuchar una canción
de mi época de adolescente. Prueba de ello es mi sonrisa de oreja a oreja al
oír las primeras notas de alguna canción de Vengaboys, Eiffel 65, Ann Lee o
Gigi d’Agostino, que era el rey del technodance por aquel entonces. Personalmente,
si tuviera que quedarme con un grupo de mi adolescencia temprana, sería Aqua y
su éxito Barbie Girl. ¡Me encantaba
ese grupo! Entre los chicos de mi clase se llevaba más el techno que otra cosa,
como prueban las innumerables grabaciones en cinta de éxitos de discotecas
temáticas como Chasis o Scorpia, aunque también había algún éxito de Pont Aeri.
Una cosa curiosa es que este tipo
de música, a pesar de lo chusca que era, consiguió estimular el talento musical
de más de un adolescente. O si no, explicadme por qué todos los chicos de mi
clase iban por los pasillos del instituto interpretando a la flauta el L’amour toujours de Gigi d’Agostino o el
Flying Free de Pont Aeri, hasta que
nos sangraban los oídos ¡Eso sí que era música celestial! Eso sí, debo añadir
en su descargo que también se atrevían a tocar Fiesta Pagana a la flauta. Mägo de Oz fue también uno de los grupos
que más arraigo tuvo para mí en los 90, aunque ya a finales de la década.
Juegos
Pasemos ahora al apartado lúdico,
tan querido y recordado por los niños de ayer. ¿Y qué tengo que decir de los
juegos de mi infancia? Bueno, puede que no mucho. Yo era una niña bastante solitaria,
en parte porque no acababa de congeniar con mis vecinas. Por suerte, en esta
década tuve la suerte de conocer a la que todavía hoy es mi mejor amiga (y que
sea por muchos años más, ^^*), con la que compartía mis gustos y jugué a todo
lo habido y por haber.
Una de las cosas que más me
gustaba hacer cuando no llovía era salir a la calle con mis patines y pasarme
toda la tarde recorriendo el pueblo sobre ruedas. Tuve dos pares de patines:
unos normales y otros en línea, y no dejé de usarlos hasta que crecí y se me
quedaron pequeños. Hoy en día sigo agarrando los patines de vez en cuando para
echar un par de carreras. Pero no esperéis de mí que me ponga a hacer
filigranas o cosas raras. Yo me conformo con deslizarme por la pista y no
perder el equilibrio para darme un piñazo (aunque no soy tan patosa en ese
sentido).
Me gustaba mucho jugar con mis
muñecas, sobre todo con la
Barbie , el Nenuco y el Barriguitas. Lo malo es que a mí no me
compraron mucha ropa para la
Barbie (era muy cara), así que tenía que conformarme con la
que heredé de las muñecas de mi madre, que estaba pasadísima de moda. Así que
mis muñecas siempre eran las más horteras, con brillos por doquier y chaquetas
con hombreras descomunales. Con el Nenuco y el Barriguitas pasaba tres cuartos de
lo mismo. La ropa que tenía para ellos estaba vieja y un poco ajada, pero para
el caso servía igual.
Otra cosa que me encantaba eran
los Pin y Pon. En realidad, todo lo que fuera pequeño y cuco me gustaba. Sentía
una gran pasión por las cositas pequeñas y adorables, y uno de mis sueños no
cumplidos era tener una casa de muñecas de estilo antiguo. Yo le llamaba a eso
“jugar con las miniaturas”, y me tiraba horas inventándome historias para
aquellos pequeños personajillos cabezones de pelo rosado. Mis juguetes
favoritos eran mi maletín de Pin y Pon, una casita de muñecas rosa, un
libro-escuela y un castillo con su princesa y todo. Por supuesto, me encantaban
las polveras de Polly Pocket, aunque yo no tenía ninguna (demasiado caras),
pero me conformaba con que mi mejor amiga me prestara la suya de vez en cuando.
Ella también tenía una de esas muñecas-cupcake que, si la doblabas, parecía una
magdalena gigante, pero si la desdoblabas encontrabas una muñeca que olía a
dulce. No conseguí hacerme con una de ellas porque no tenía ni idea de dónde se
compraban; una vez más, mi amiga me dejaba jugar con la suya.
Las colecciones de cromos Panini
hicieron furor en la década de los 90. La mayoría tenían que ver con las
películas de Disney que todos habíamos visto y nos sabíamos al dedillo, pero
también podías encontrar álbumes de fútbol o de la Barbie. Yo llevaba varias
colecciones y me dejaba gran parte de mi paga en sobres de cromos, pero sólo
conseguí completar el álbum de La
Bella y la Bestia. Con
los cromos repetidos era habitual hacer montones, llevarlos al colegio e
intercambiarlos con otras niñas que también estaban haciendo la colección. Los
vocablos sipi y nopi pasaron a formar parte de nuestra jerga infantil, cosa que
irritaba a los adultos, que no entendían por qué no hablábamos como personas
normales. ¡Qué sabrían ellos!
Aparte de los cromos, estaban
también los tazos, esos discos de plástico con dibujos por una cara y una
descripción por la otra, que tenías que apilar hasta formar una torre y luego
derribar con otro tazo. Los que caían cara arriba te los podías quedar, y con
los otros volvías a hacer la torre para seguir jugando. Pero a mí no me gustaba
jugar con los tazos porque se rayaban y se borraba el dibujo. Yo prefería
atesorarlos y enseñárselos a mis compañeros de clase. Si tenía algunos tazos
viejos, jugaba con ellos como debía ser, pero nunca hacíamos eso de quedarnos
con los tazos del otro; tenías que comprar muchas bolsas de aperitivos para
hacerte una colección un poco respetable, y no estaban las cosas como para
andar gastando tanto.
Los juegos de mesa fueron una de
mis grandes pasiones en los 90, y todavía conservo la mayoría de ellos. Me
encantaba jugar a La herencia de tía
Ágata, a Línea Directa, al Monopoly o al Hotel. Era genial cuando nos juntábamos unos cuantos para poder
jugar y, entre todos, montábamos el juego con los accesorios que traía. Para
jugar en solitario, tenía el Diseña la
moda, un par de juegos de la serie Nova, una cocinita de juguete con un gran menaje, un diábolo, un Tamagotchi e infinidad de
peluches.
Tirando más a la adolescencia,
empecé a sentirme maravillada por los videojuegos, y todavía más cuando salió a
la luz la Nintendo
64, que no me compraron a pesar de haberla pedido cien mil veces. ¿Y por qué
quería la Nintendo
64? Pues para jugar a joyas como Mario 64,
Banjo-Kazooie y el magnífico The Legend of Zelda: Ocarina of Time.
Adoraba esos juegos con toda mi alma, y llegué a pasarme los tres, porque mi
primo sí que tenía la
Nintendo 64 y nuestros vecinos le prestaban juegos. De hecho,
por culpa del Ocarina of Time me entró
la perra de tener, entre otras cosas, un tirachinas (los fans del juego ya
sabéis de qué estoy hablando, ^^*), que conseguí en un Todo a cien,
convirtiéndome en un peligro para el barrio porque mi puntería dejaba bastante
que desear.
Comida y chucherías
Y, después de un largo día viendo
la tele, leyendo historias de fantasía, oyendo música pegadiza y jugando hasta
que te llamaban para cenar, toca reponer fuerzas con una buena comida. Eso sí,
tenéis que entender que por comida también hay que hablar de las golosinas, los
helados y las patatas fritas que nos metíamos por la tarde, porque ya se sabe
que jugar al escondite gasta muchas energías.
Si alguien os preguntara ahora
qué platos os gustaban más en vuestra infancia, estoy segura de que muchos contestarías
que eran aquellos que os preparaban vuestras madres (o abuelas, depende del
caso). Y es que las madres tienen un toque especial para hacer que un simple
plato de huevos fritos se vea como un festín digno de reyes. Unas salchichas
con un poco de ketchup conseguían hacernos saltar de alegría, y no digamos ya
cuando tocaba comer sanjacobos o algún plato de pasta. Pero es posible que el
plato estrella de las madres fuese la tortilla de patatas. Yo no sé qué pasa
con ese plato pero, aunque básicamente todas llevan los mismos ingredientes,
nunca sabe igual si la prepara otra persona. Misterios de la tortilla, supongo.
En cualquier caso, de niña yo
tenía tres platos favoritos: Espaguetis con huevos rellenos, chuletas de cerdo
y albóndigas, por ese orden. Cuando tocaba esa comida, me ponía muy contenta y
comía más despacio, porque quería que me durara. Por supuesto, todos estos
manjares venían regados con una buena jarra de Tang de naranja o de limón, mi
bebida favorita junto con el yogur líquido Dan Up y el batido de chocolate. No
solían darme postre, pero me contentaba con la merienda al volver del colegio
por las tardes. Aunque me daban muchas veces bocadillos de salami, chorizón,
queso o jamón york, la merienda estrella para mí era el chocolate en sus dos
variantes: en tableta o la Nocilla. Lo
máximo ya era cuando mi madre traía de la tienda tabletas de chocolate rellenas
de jarabe de fresa o de naranja que sabían a gloria, pero que duraban muy
poquito.
De vez en cuando me daban la
paga, que solía ser de doscientas o trescientas pesetas a la semana. Si hoy en
día le das el equivalente en euros a un niño, éste se ríe en tu cara. Pero en
los 90 se podían hacer maravillas con doscientas pesetas si las estirabas bien.
Con un poco de maña, podías comprar una megabolsa de golosinas variadas que te
durara toda la semana. Y de vez en cuando te podías dar algún caprichito
comprando algo más caro, como un Fresquito o un Push Pop, que podías llevar
contigo colgado del pantalón.
¿Y qué se hacía en las calurosas
tardes de verano? Pues en esos días la tienda de golosinas estaba hasta los
topes de niños que pugnaban por conseguir un helado. Sin embargo, hay que hacer
distinciones. No muchos podíamos permitirnos gastar cien pesetas (el
equivalente serían unas treinta o cuarenta gominolas) en un Solero. Era mucho
mejor recurrir a alternativas más baratas y deliciosas, como el Calippo o el
Frigopié. En caso de que no tuvieras mucho dinero, siempre podías comprarte uno
de esos tubos de plástico con líquido de sabor dentro que tenías que congelar
antes de comértelo. Creo que se llamaban Flash o algo así, pero nosotros les
llamábamos Burbanflash o Bombanflash, dependiendo del sitio donde vivías.
Y hasta aquí hemos llegado. ¿Qué os ha parecido? ¿Os sentís identificados con algún detalle o echáis en falta algo que debería haber puesto? ¡Espero vuestros comentarios, ^^*!
¡Qué recuerdos! :-D
ResponderEliminarYo nací en 1983, de modo que en 1990 cumplí siete años. Eso me deja en una posición privilegiada porque tengo recuerdos de lo mejor de ambas décadas. Y sí, los 90 también molaron, aunque algunas cosas (Sakura, Pokemon...) me llegaron demasiado tarde.
De todos, las dos pertenecemos a la generación EGB, que como todo el mundo sabe es muy superior a la generación ESO, con su Disney Channel, su Bob Esponja, su Dora la Exploradora, su High School Musical y demás blasfemias televisivas. ¡Ay, donde estén Willy Fogg y las Sailor...! ^_^
¡Es verdad, has nacido en el momento justo! Y, sin embargo, ¿por qué se habla más de los 80 que de los 90? Las dos décadas han tenido sus cosas memorables y creo que ya era hora de que alguien rompiera una lanza por los 90. ¡Anda que no me lo he pasado yo bien jugando a Sailor Moon o con los caballitos de Mi Pequeño Pony! Aunque yo ya pillé la EGB al final, tengo mucho en común con los de esa generación. ¡Ay, qué tiempos aquellos!
EliminarSi empezaste con la EGB, eres EGB. ¡Que no te quiten el privilegio! ;-)
EliminarPD: Mi madre se desespera con este tema: "Ay, Dios, tanto que se habla ahora de "yo fui a EGB" como señal de que eres muy viejo, ¡y yo fui al colegio ANTES de que existiera la EGB!" T___T
Pues aunque sólo me haya pillado un añito de EGB, iré presumiendo de ello, XD!
EliminarPor cierto, me compré uno de los libros de "Yo fui a EGB" y en mi casa ha sido todo un éxito. Mi madre y mi tía pillaron prácticamente toda esa época, así que recuerdan muchísimas cosas. Ese libro es el mejor remedio contra el aburrimiento.
¿Sólo un año? Me extraña mucho. Si sólo nos llevamos tres años y yo hice la EGB completa... O_o
EliminarA ver, la EGB fue eliminada en el año 1990 y se cambió por la LOGSE. En ese momento yo tenía 4 añitos, así que sólo me tocó dar educación infantil o parvulitos (aquí se le llamaba así, no sé si en otras partes era igual). Pero tú no hiciste BUP, ¿no?
EliminarSí, sí lo hice. Hice EGB, BUP y COU. Al menos en mi colegio, los que empezaban un sistema acababan con ese sistema. En 1990 la generación de 6 años no hizo primero de EGB sino de primaria, pero los que estaban en segundo de EGB siguieron en segundo de EGB. Luego fueron sustituyendo los cursoso progresivamente, año a año, no todo del golpe. Por eso las generaciones que empezamos el plan de estudios de la EGB acabamos con ese mismo :-)
EliminarAh, claro. En mi caso, al ser el cambio cuando iba a entrar en Primaria, quizá ya me pasaron al plan nuevo. Porque yo hice la ESO y el Bachillerato, y eso ya es de la LOGSE. A menos que hiciese EGB en mis años jóvenes y yo no lo recuerde! Pero BUP y COU ya no me tocó.
EliminarCompletísima y nostálgica al máximo entrada! He disfrutado evocando las series, programas, música y chucherías de esa época a reivindicar, sin duda. Confieso que nunca he tenido mucha estima a esa década, pero últimamente la estoy redescubriendo, sobre todo teniendo en cuenta lo mediocres que fueron los 2000. Se nota que fue una época muy feliz para ti ^^.
ResponderEliminarPor cierto, espero me perdones, porque estoy escribiendo una entrada sobre los 90, aunque sólo de su música jeje. Sé que sabes que no me copio ^^.
Un abrazo y vivan los 90!!
Pues si esta entrada te ha hecho rememorar cosas agradables, me alegro mucho de haberme animado a hacerla ^^*. A mí también me ha dado por volver a mirar atrás y recordar cómo éramos en los olvidados años 90 (¿tendrá algo que ver con esto el Ministerio del Tiempo?) y, aunque no todo ha sido un camino de rosas, sí que llegué a ser feliz en varias ocasiones y con muy poca cosa.
EliminarY no hay nada que perdonar, hombre. De hecho, me parece de lo más apropiado que le dediques un post a la música de los 90. Ya he leído otros posts tuyos sobre el poder de sugestión de la música y de ahí no puede salir más que algo digno de ser leído. ¡De no haberlo decidido tú, puede que te lo hubiera sugerido yo!
Un beso y bravo por los 90!
Yo soy de una década después, pero he tenido la suerte de tener una madre sensata que llenase mi infancia con entretenimientos de los 90...
ResponderEliminar¿Dónde quedan esos animes y películas tan fantásticos? Canales de televisión en el que podías ver algo que te gustara a cualquier hora han sido eliminados y suplantados por otros que solo emiten chorradas... Yo sigo viendo dibujos animados, a pesar de lo mucho que me han dicho que soy mayorcita para ellos; al menos son mucho más educativos y entretenidos que ven algunos ahora.
Los cómics como Asterix, ¡qué grandes eran! Las chuches, ¡qué ricas estaban! Los juegos de mesa te tenían alejado del aburrimiento toda la tarde. El tamagotchi, los peluches, las barbies, barriguitas, mi pequeño poni... Aún los guardo en un armario de mi casa y los saco de vez en cuando. A mí OoT me hizo desear una ocarina y un gorro verde además del tirachinas xD
La gran mayoría de los grupos de música que me gustan fueron creados en esos años: Mägo de Oz (qué grande Fiesta Pagana), Nightwish, Within Temptation... Ahora entre One Direction, Justin Bieber, Gemeliers y Abraham Mateo... En fin, cómo empeora la industria musical con el paso del tiempo.
Ah, y yo también veo El Ministerio del Tiempo, ¡me encanta!
Pues tu madre ha hecho muy bien al enseñarte los valores de los años 90, ^^*! Que ya va siendo hora de que alguien reivindique esa década, con la cantidad de cosas buenas que tenía.
EliminarCon los dibujos animados siempre ha habido controversia, porque cada generación piensa que los suyos eran los mejores, pero estoy de acuerdo en que los dibujos de ahora, en su mayoría, dejan muchísimo que desear y son horribles. Y no te preocupes por seguir viendo dibujos animados! Yo me estoy acercando a la treintena y sigo viendo dibujos animados, leyendo cómics y comiendo chucherías. Y en cuanto a mi pasión por OoT, aparte de hacer otro blog dedicado en exclusiva a la saga, también me dedico a hacer manualidades zelderas para mi uso y disfrute, jejeje! (es que cuando tienes un vicio, hay que llevarlo hasta el final). Y prefiero mil veces la música chorra de mi época antes que las chufas que se oyen hoy en día y que tanto daño han hecho a la industria musical. Ay, sueno como una vieja cascarrabias del tipo "En mis tiempos estas cosas no pasaban"...
PD. ¿También eres ministérica? ¡Pues bienvenida al club! ^^*
También sigo tu blog zeldero, ¡me encanta!
EliminarYo uso demasiado a menudo para mi edad "en mis tiempos mozos..." Pero en fin, lo que cuentan son las experiencias vividas y no los años ;)
¡Qué bien! Pues pásate siempre que quieras, eres bienvenida! ^^*
Eliminar¡Di que sí! Al final lo que importa es lo bueno que ha quedado del pasado y tratar de transmitirlo en el futuro!