Hoy es un día muy especial para mí.
El 4 de julio es un momento de celebración para mí, aunque las razones que tengo para adorar este día no son compartidas por la mayoría de la gente que conozco, y puede que algunos no lo comprendan. No, no me estoy refiriendo al famoso 4 de julio americano, ese que conmemora la aprobación de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, en 1776.
Ese no es mi caso. Mi 4 de julio favorito no se puede comparar a ninguna celebración de independencia, pero eso no quiere decir que sea menor. No en vano, este mismo día, hace ya 152 años, un joven don (profesor) de Oxford sacó a pasear por el río Támesis a tres niñas que le pidieron que les contara un cuento. El reverendo hizo gala de una gran imaginación y creó para ellas la historia de una niña que se coló por la madriguera del conejo y aterrizó en un mundo de fantasía donde los animales hablaban, la comida le hacía crecer o menguar, y una sencilla partida de croquet se convirtió en una auténtica locura en la que los palos eran flamencos, las pelotas eran erizos y los jugadores eran un puñado de naipes. Esa maravillosa historia llegó hasta nuestros tiempos, y resulta que se ha convertido en mi cuento favorito de todos los tiempos.
Alicia en el País de las Maravillas, obra del gran Lewis Carroll.
Hoy os dejo una entrada que oscila entre la historia y la literatura. He querido dedicarle este post a la figura de Lewis Carroll, un autor tan extraño y peculiar como el legado literario que nos dejó. En esta entrada menciono también sus dos obras cumbre, ambas protagonizadas por la tierna Alicia, con quien hemos viajado hasta tierras llenas de fantasía e imaginación, y que está basada en una niña real a la que Carroll quería y apreciaba mucho. Creo sinceramente que este autor, que ha conseguido hacerme retroceder hasta mis tiernos años de infancia como nadie lo ha hecho nunca, se merecía un pequeño homenaje por mi parte. Quisiera poder hacerle todo el honor que realmente se merece.
Charles Lutwidge Dodgson nació en
Daresbury, Cheshire, en 1832, en el seno de una familia protestante. Su padre
era pastor y un hombre de gran imaginación, y su madre era, según el propio
escritor, “el ser más bondadoso del mundo”. Desde muy pequeño, Charles
demostraría poseer una sensibilidad especial que plasmaba a menudo en el papel
al escribir cuentos y relatos cortos para sus hermanos. Llegó incluso a editar,
a modo de juego, un periódico infantil con la ayuda de sus hermanos, en el que
“publicaba” poemas y cuentos que divertían a toda la familia.
Algunos estudiosos creen que la
genialidad que años más tarde desarrollaría como Lewis Carroll estriba en la
fórmula literaria que supo crear como vehículo de evasión y la inspiración que
supo encontrar en sus raíces para mantener el equilibrio con una realidad que
le superaba y a la que se negaba a someterse. Esta evasión vino motivada por un
mundo infantil de gran intimidad familiar, a cuya fuerza contribuyó también la
concepción idealizada que se tenía de la infancia en aquella época. La
precocidad de Dodgson le valió descubrir la manera de expresar literariamente
el mundo irreal, incierto y emotivo que es el mundo del niño. Un mundo al que
volvería en sucesivas ocasiones, incapaz de adaptarse al curso de la vida
ordinaria.
En el año 1843 la familia se
trasladó a Croft, al serle adjudicada al pastor Dodgson una importante
rectoría. Es en esta época en la que el joven Charles alterna sus vacaciones en
Croft con sus estancias en el prestigioso colegio de Rugby. No fue feliz la
adolescencia del autor en la public
school de Rugby. A partir de sus cartas, escritas muchos años después de
aquel período, se pueden reconstruir las vivencias de Dodgson en la escuela:
los estudios y los deportes; las bromas pesadas de los compañeros, el estricto
sistema jerárquico del alumnado inglés, que hacía que los alumnos mayores
usaran a los pequeños como criados, etc. El método brutal y cruel del sistema
inglés de las escuelas públicas, que podía ser eficaz para la formación de un
cierto tipo de personalidad, chocó violentamente con el carácter sensible y
sentimental de Dodgson.
El año decisivo de su vida fue,
sin duda, 1850. En el mes de mayo, su padre le envió a Oxford para que se
matriculara en el Christ Church College. Se matriculó en Matemáticas, aunque
sus intereses pronto derivaron hacia la Lógica ; esto no deja de resultar verdaderamente
irónico, ya que Carroll está considerado el rey del absurdo y el disparate. La
pérdida de su madre en 1851 le provocó una honda impresión, a la que muchos
atribuyen el comienzo definitivo de su tendencia a retornar al mundo feliz que
fue su infancia. Se graduó en el año 1854 con matrícula de honor, prueba de que
era un alumno aventajado. Encauzó su vida profesional a la escritura de libros
de texto y cuentos paródicos para algunas revistas, al mismo tiempo que se
preparaba para convertirse en diácono.
No tardaría mucho en empezar a
sentir dudas respecto a su vocación religiosa. Fuertemente influido por su
padre, se ordenó diácono pero durante sus primeros años en Oxford se debate
sobre si debe o no ordenarse sacerdote. Su timidez, su tartamudeo y, más que
nada, su falta absoluta de ambición, hacen que acabe por desistir y se conforme
con ser diácono de la iglesia anglicana para el resto de su vida. Desarrollará,
no obstante, todo tipo de nuevas aficiones, entre las que se encuentran la
fotografía, la invención de juegos y pasatiempos y, como vocación suprema, sus
conversaciones con los niños.
En el año 1855 llegó al Christ
Church College un nuevo decano. Su nombre era Henry George Liddell. Traía
consigo una joven y bella esposa y tres preciosísimas hijas. Sus nombres eran
Lorina, Edith y Alice. La familia Liddell sin duda resultaba un tanto extraña
en medio de un entorno poblado en su mayoría por hombres como era el Christ
Church College. En cualquier caso, es fácil suponer que el joven Charles
Dodgson se encontraría a menudo con las pequeñas Liddell jugando en la hierba
del patio del colegio y trabaría amistad con ellas. Tanto interés mostró el
joven Charles por las niñas, que sus compañeros se imaginaron que trataba, en
realidad, de cortejar a su institutriz. Tampoco la madre de las pequeñas veía
con buenos ojos el interés que el joven profesor mostraba por sus hijas. Los
rumores corrieron por el College, de manera que Dodgson tuvo que dejar de ver a
las niñas por algún tiempo. Después de una prolongada ausencia del matrimonio
Liddell, Dodgson pudo reanudar su amistad con sus pequeñas amigas. Amistad que
cristalizaría en una tarde de verano de 1862, una tarde en que nació una obra
que habría de ocupar un lugar de honor en la literatura de todos los tiempos.
El 4 de julio de 1862, Charles
Dodgson, en compañía de su amigo el reverendo Robinson Duckworth, sacaron a
pasear en barca a las tres hermanas Liddell. La comitiva se detuvo en la aldea
de Godstow, donde merendaron junto al río. Después de la merienda, Dodgson hubo
de improvisar cuentos para sus jóvenes amigas. Solo que, en esta ocasión,
Alice, la segunda de las hermanas, insistió en que Dodgson debía escribir esos
cuentos a continuación. Y así lo hizo al llegar a su casa, donde escribió Las Aventuras de Alicia Bajo Tierra,
aunque después le cambió el título por Las
Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas. Después de pulir el texto
y corregir algunos fallos, Dodgson reescribió de su puño y letra el manuscrito,
lo ilustró, lo encuadernó y se lo entregó como regalo de Navidad a Alice. En
aquel momento, y sin él saberlo, Charles Dodgson comenzaba a convertirse en
Lewis Carroll.
Pero, ¿quién se escondía bajo el
seudónimo de Lewis Carroll? Algunos estudiosos opinan que se trata de un caso
de doble personalidad. Charles Dodgson sería el hombre de vida ordenada, casta
y apacible, el diácono remilgado, altivo, impoluto… Y Lewis Carroll sería la
otra cara de la moneda: domador de serpientes, prestidigitador, editor de
revistas escritas para niños; zurdo, tartamudo, sordo de un oído, inventor de
cajas sorpresa, de aparatos inútiles, inventor de juegos de palabras en idiomas
que no conocía… Resulta muy complicado imaginarse cómo podían convivir dos
personalidades tan distintas en un mismo ser. Pero la explicación es realmente
muy sencilla: Charles Dodgson no se diferenciaba en nada de cualquier otro don de Oxford, respetado por sus
colegas, querido por sus hermanas, admirado por sus estudiantes. Carroll, por
otra parte, podía hacer lo que nadie había hecho antes: regresar al mundo de la
niñez y hacer que otros volvieran a ser niños de nuevo. Los libros de Alicia son la mejor prueba de esto, pues
no son libros “para” niños, sino que son libros mediante los cuales los
lectores adultos vuelven a ser niños.
Puede que esto ayude a comprender
un poco mejor la peculiar personalidad del reverendo Charles Dodgson. Nunca
dejó de ser un niño. Creció y se hizo hombre, por supuesto, pero su ser
infantil nunca desapareció con la madurez. De ahí su deseo de buscar
constantemente la compañía de los niños. Ante ellos se transformaba en otra
persona: perdía su timidez, desaparecía su tartamudeo, se hacía locuaz y comunicativo.
De ahí su desmedido amor por las niñas, a las que adoraba. Su relación sentimental
y afectiva con Alice Liddell y con muchas niñas de esa edad era tan pura y
limpia como podía ser la de cualquier niño inocente.
Desde esa perspectiva puede que
resulte más fácil entender los libros de Alicia.
En el momento de la legendaria excursión río arriba, Alice Liddell tenía diez
años y pronto dejaría de ser una niña. Dodgson improvisa para ellas un cuento
que trata justamente de eso: el momento en que el niño, al dejar de serlo,
comienza a penetrar en el fascinante, misterioso y absurdo mundo de los
adultos. En la madriguera, el primer dilema que se le plantea es el de beber o
no beber de un frasco que hay encima de la mesa, si crecer o no crecer. La
primera “persona” adulta con la que se encuentra es el Conejo Blanco, paradigma
del caballero victoriano dominado por la gran enfermedad del mundo moderno: la
prisa. La asamblea de animales representa admirablemente una asamblea
parlamentaria inglesa embarcada en su deporte favorito, la “carrera electoral”,
en la que nadie sabe hacia dónde se va, dónde se acaba y quién ha ganado. La Oruga , fumando
imperturbablemente su narguile encima de una seta, representaría al adulto que
pasa del mundanal ruido, que piensa que ya no queda nada por hacer. Y la
absurda merienda del Sombrerero y la
Liebre , reflejo brillante de las convenciones británicas más
arraigadas y confirmación para Alicia de que está en un auténtico mundo de
locos.
Encuentro con el Gato de Cheshire
El encuentro con la Duquesa y, más adelante,
con el Rey y la Reina
de Corazones introduce a Alicia en las altas esferas. Hay quien señala que la Duquesa podría representar
a la duquesa de Kent, madre de la reina Victoria, figura dominante que quiso
controlar el destino de su hija, de la misma manera que la Duquesa parece querer
controlar a Alicia imponiéndole su presencia. Tampoco resulta extraño que el
Rey y la Reina
de Corazones sean simples naipes, reflejo de los convencionalismos del mundo
adulto. Los naipes solo tienen el valor que los jugadores quieran darle; entre
los adultos, el mundo se rige a través de unas normas que no tienen sentido
alguno y que dictan quién es rey y quién es un simple soldado raso.
Alicia despierta de su sueño y
vuelve a la realidad, y es su hermana mayor quien comprende el significado de
su sueño. Trata de imaginársela convertida en una mujer adulta, con hijos y
nietos a los que les contaría las aventuras que había vivido en el País de las
Maravillas, reviviendo una vez más los dulces días de su niñez.
En el año 1871, movido por el
éxito obtenido con Alicia en el País de
las Maravillas, publicaba Carroll la segunda parte de las aventuras de
Alicia, A través del espejo y lo que
Alicia encontró allí. Una vez más, la inspiradora de esta historia fue otra
Alicia, la pequeña Alice Raikes. Se encontraba la niña jugando en el jardín de
su casa cuando Carroll la llamó desde el interior. Estaba en un salón lleno de
muebles y un gran espejo al fondo. Carroll colocó a la niña frente al espejo y
le puso una naranja en la mano derecha. Al preguntarle en qué mano tenía la
naranja la niña que estaba en el espejo, Alice respondió que si ella estuviera
al otro lado seguiría teniendo la naranja en la mano derecha. Este simple
comentario bastó para que Carroll se inspirase para escribir lo que Alicia se
encontraría en caso de estar al otro lado del espejo.
Este libro es una continuación
del primero. Si en el País de las Maravillas Alicia tomaba contacto con el
mundo de los adultos, al viajar al otro lado del Espejo entra de lleno en él.
Simbólicamente, Alicia atraviesa el umbral de su propia niñez y entra en un
mundo que es a la vez igual y radicalmente distinto al suyo propio. A lo largo
de todo el cuento se producen constantes inversiones de la realidad. Si Alicia
visitaba el País de las Maravillas en primavera, será en invierno cuando viaje
a través del espejo. Para ir hacia delante, Alicia debe caminar hacia atrás; el
Caballero Blanco mete el pie derecho en el zapato izquierdo; el revisor del
tren señala a Alicia que se dirige en dirección contraria; Alicia reparte el
pastel del León y el Unicornio y después lo parte; el Rey usa dos mensajeros,
uno para venir y otro para ir.
Encuentro con la Reina Roja
Los personajes son más exagerados
si cabe de lo que fueron en las anteriores aventuras de Alicia. La ordenancista
Reina Roja, paradigma de una severa y aburrida institutriz británica, siempre
imponiendo normas y siempre aguando la fiesta; la simple Reina Blanca, débil e
inocente como un niño de pecho; el maleducado y obsesionado con las reglas del
lenguaje Humpty Dumpty; los insoportables gemelos Tararí y Tarará, dos niños
grandes de comportamiento absurdo; la poco temible batalla que sostienen entre
ellos el León y el Unicornio, quienes representan a Disraeli y a Gladstone; o
la torpeza entrañable del despistado Caballero Blanco, protector y amigo de la
niña, en el que Carroll se retrató a sí mismo despidiéndose de Alicia cuando
está a punto de convertirse en Reina, cuando se convierte en mujer.
En esta ocasión, Alicia contempla
el mundo de los adultos como una inversión de la realidad, como un sinsentido o
nonsense, el término que mejor
describe la prosa carrolliana, tan absurda y carente de lógica como llena de
humor. El magnífico poema The Jabberwocky
es el más famoso y conocido de todos los disparates poéticos, poemas del
absurdo o sin sentido de la literatura inglesa, y un verdadero reto a la hora
de descifrarlo y aprenderlo.
Carroll continuó cultivando el
nonsense en su poema A la caza del Snark
(1876). Y cuando abandonó este estilo, sus obras se volvieron blandas y
empalagosas, debido al estilo didáctico de su autor. Y parece ser que en los
últimos años de su vida se negó a aceptar correspondencia a nombre de Lewis
Carroll, como si ese nombre le recordara que una vez fue el rey del absurdo en
Inglaterra. Obsesionado hasta el último mes de su vida por reglas de cálculo acelerado,
Charles Dodgson murió el 14 de enero de 1898 de una bronquitis, unos días antes
de cumplir los sesenta y seis años.
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Había oído cosas bastante menos agradables de la preferencia que tenía este señor por las niñas, si usted me entiende. Prefiero tu versión y espero que sea la cierta; es mucho más bonita que la que había oído.
ResponderEliminarEn cuanto a los libros de Alicia, mátame si quieres pero tengo que reconocer que no me gustaron, porque todo lo absurdo y surrealista, por lo general, me desagrada. Supongo, eso sí, que quien guste de esas cosas debe tener a Lewis Carroll entre sus autores favoritos, al ladito de Murakami ;-)
Supongo que te refieres a lo de su presunta pedofilia, lo que no me extraña. Muchos estudiosos de Carroll han mencionado más de una vez su preferencia por las niñas, en detrimento de los niños, así como su costumbre de retratarlas desnudas. He leído varios artículos y, presuntamente, no habría motivo de alarma. Carroll tuvo a muchas niñas como amigas, y ni ellas ni sus padres denunciaron nunca al escritor por abuso de menores. En cuanto a lo de las fotos de desnudos infantiles, al parecer no era tan raro en la época; muchos fotógrafos lo hacían, e incluso mujeres. Además, se trata de composiciones fotográficas artísticas, quizá por el gusto que había en la época hacia la cultura clásica grecorromana. Además, se sabe que Dodgson hizo muchísimas donaciones a sociedades protectoras de mujeres y niños maltratados o abusados física y sexualmente. Como historiadora, tengo que mantenerme al margen de mi simpatía por el personaje, pero el hecho de que no fuera procesado ni denunciado siquiera da pie a pensar que no era una acusación bien fundada.
EliminarY no te voy a matar, mujer!! XD!! En cuestión de gustos yo no me meto. Creo que todos tenemos un cuento de la infancia que nos ha marcado, y el mío ha resultado ser Alicia en el País de las Maravillas. Fue el primer cuento que leí entero; quizá por eso le tengo cariño. Además, me gusta que tenga algo de absurdo, porque considero que hay lógica dentro de todo el sinsentido que es el País de las Maravillas. En fin, que es mi cuento. ^^*
Eso sí, reconozco que no he leído a Murakami, aunque tampoco me llama mucho.
A mí el libro que me marcó en la infancia fue "La señora Frisby y las ratas de Nimh", de Robert C. O'Brien. Fue el primer libro que además de entretenerme me hizo pensar y plantearme cuestiones filosóficas, aunque solo tenía 8 ó 9 años cuando lo leí. Creo que de ese libro viene mi amor imperecedero por las ratas :-D
EliminarEso demuestra que los cuentos infantiles son más necesarios e importantes de lo que muchos piensan. Me parece maravilloso que un libro te hubiera hecho plantearte muchas cosas a esa edad tan temprana y, sobre todo, que haya alentado tu amor por las ratas. ¡Eso es que era tu libro y estaba esperando a que lo encontraras!
EliminarUna entrada muy bonita, Laura :). Muy instructiva y dejas notar tu amor por sendas obras de Carroll, personaje interesante y polémico (ya había leído algo sobre su supuesta pederastia, pero como bien dices, cuando hablamos de nuestras obras y autores predilectos, debemos ceñirnos sólo a sus escritos), tan hijo de su tiempo y tan peculiar a la vez, pues tenía infinidad de "oficios".
ResponderEliminarAunque confieso que Alicia es otro de los grandes clásicos que tengo sin leer, para mi deshonra; tengo muchas ganas de leerlo desde hace tiempo y al leerte hoy (valga la redundancia) ha aumentado mucho mi interés.
Un beso!
Muchas gracias, como siempre! ^^*
EliminarCreo que es cierto eso que dices de que se nota mucho el amor que siento por los cuentos de Alicia; si te digo la verdad, mientras escribía la entrada volvía a sentirme tan feliz como cuando leía los libros. Supongo que eso es lo que pasa cuando te gusta mucho una obra, ya sea una novela, una pintura o una película. Aunque puede resultar fascinante, la figura del creador se queda un poco al margen porque lo que de verdad perdura es su obra. Ha habido personajes a lo largo de la historia que nos han dejado un legado artístico maravilloso, y eso que a lo mejor en vida no habían sido ejemplares precisamente. Sin embargo, todos sabemos por qué se les recuerda.
Espero que algún día te animes a leer Alicia en el País de las Maravillas y llegues a disfrutar del lógico y absurdo mundo que Carroll creó. Es un mundo que todos deberíamos visitar al menos una vez en la vida, ^^*
Un beso para ti!
Lo único que sé es que tuviste que comprarte esos libros otra vez porque estaban demasiado gastados :)
ResponderEliminar¡Feliz no cumpleaños, mi amiga!!
Ay, sí... Es que el primero estaba tan usado que ya se le caían las páginas, jajaja! Ahora tengo la versión en tapa dura y procuraré que me aguante más.
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